Opinión
El camino a seguir del nuevo PP
En nuestro país, la política es cosa de jóvenes. Tras el relevo en la Corona, llegaron los nuevos partidos, luego el cambio en el PSOE y ahora el asalto de Pablo Casado a la presidencia del Partido Popular. No ha sido fácil, porque Casado partía con desventaja. En teoría, él representaba a las bases, pero perdió la primera ronda de las primarias, la misma que apelaba a unos afiliados que se hicieron de rogar a la hora de votar. También representaba a una segunda ola renovadora, después de la primera renovación intentada por Rajoy. Si el resultado del Congreso del PP supone una crítica a Rajoy, lo es sobre todo en este punto. Más que su gestión, ha dejado sentenciado el intento de Rajoy por legar un partido nuevo. Ni Cospedal ni Santamaría se han librado del varapalo. Ausente Rajoy, el marianismo no podía continuar, menos aún en forma de sorayismo. A pesar de todas las tensiones y las emociones de estos días de campaña, el Congreso del PP se ha desarrollado de forma ejemplar. Para los usos españoles (se recordarán la renovación socialista y los «vistalegres» de los podemitas) y también para los europeos. En un momento de cambio crítico, el partido de centro derecha ha sabido renovarse con elegancia, con pulcritud y con serenidad. Es un signo de que el PP no está acabado y que quiere seguir representando a una parte muy importante de la sociedad española. Ofrece también una excelente imagen de esa misma sociedad. En España, los partidos que aspiran a gobernar de verdad, no desde la puerta de atrás y con gesticulaciones en vez de con programas, han de presentar una ejecutoria y una imagen creíble. El mérito es aún mayor si se piensa que el PP estrenaba primarias. La buena voluntad y la decencia han compensado la falta de experiencia, y el nuevo presidente ha salido doblemente respaldado: por los votos y por la pulcritud con que se ha desarrollado un proceso plagado de dificultades. Lo primero –los votos– le proporciona una nueva legitimidad, la del ejercicio de la democracia. Lo segundo –la pulcritud– lo encuadra en una institución consolidada y capaz de reformarse. Pablo Casado representa ahora al conjunto del partido y a todos sus afiliados y militantes. Tiene más posibilidades de alcanzar a un mayor número de votantes. Esto le proporciona un poder de maniobra extraordinario, pero condicionado explícitamente, por vez primera en la historia del PP. El nuevo presidente habrá de contar con todos, por encima de sus filias y sus simpatías. En realidad, la campaña que ha hecho le conducía a esta posición. Casado era el outsider, pero no del todo, y como tal no se podía permitir una campaña populista y vocinglera. De hecho, conoce demasiado bien al Partido Popular como para creer que así llegaría al liderato. Es Soraya quien, en un exceso de confianza, ha jugado el papel de outsider y ha menospreciado la consistencia de una organización con la que no parecía familiarizada del todo. Por eso la victoria de Casado ha sido tan rotunda. En vez de delimitar un territorio, se ha constituido como el punto en común de lo que se ha llamado –mal, a mi entender– el viejo y el nuevo PP. Pablo Casado ha logrado sacar a la luz la continuidad de una organización fundada por Fraga, centrada por Aznar y convertida por Rajoy en un instrumento para sacar a España de la ruina. Casado ha sido lo bastante inteligente como para comprender que no se elige la propia historia. Troceándola y escogiendo de ella lo que más le gusta a uno, como hacen los niños malcriados, no es forma de enfrentarse con coraje y seriedad al presente y al futuro. Es toda una lección de política realista. Sugiere una notable madurez intelectual y moral, y una comprensión profunda de lo que es el patriotismo: se parte de lo que se tiene, de lo que hay. A Casado le gusta la realidad, la realidad de España, no los ideales de tardo –adolescentes– ni ilusiones como las que sostienen el actual gobierno. Por eso parece menos señorito que Sánchez y ha dejado bien claro que no le debemos nada. Al contrario, sabe bien la deuda que tiene contraída con la sociedad española. La forma en la que ha salido elegido Casado sugiere también que en el Partido Popular, que tan desarbolado parecía hace muy pocos días, hay una reserva de gente nueva y no tan nueva con ganas y con solvencia intelectual y profesional. Ahí tendrá que escoger su equipo y cuanto más preparados estén los que lo compongan, cuanto más carácter tengan y cuanta más capacidad tengan para captar la atención pública, mayor será la fuerza del nuevo presidente. Ha demostrado ser un excelente comunicador, pero no podrá serlo él solo, como está ocurriendo en partidos que fueron nuevos hasta antes de ayer. Y habrá de responder con confianza a la que se ha depositado en él. Por eso sería conveniente que empezara a cuidar las referencias. A partir de hoy, a él le tocará definir el marco cultural e histórico del centro derecha, e inepcias como la del sugestivo proyecto orteguiano de vida en común y la del «españolito» machadiano deberán ser retiradas al baúl de los recuerdos, de cuando la izquierda marcaba el paso al centro derecha. Macron, Gregorio Luri, y por descontado Donoso Cortés, dicen cosas más interesantes.
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