Opinión

Carlistas

La Asamblea del Partido Demócrata Catalán (PDeCAT), el partido alfa de la abortada republica catalana, terminó anoche con la elección de David Bonvehí como líder de la formación y la defenestración de la moderada Marta Pascal, todo ello bajo el control absoluto del «exiliado» Puigdemont y la impostada presencia del supremacista presidente de la Generalitat, Quim Torra.

Carles Puigdemont ha conseguido neutralizar los restos convergentes que todavía pervivían en Catalunya y asegurar que el PDeCAT terminará diluyéndose en el movimiento nacional que están configurando los seguidores de «Carles», los llamados «Carlistas», dentro de la «Crida Nacional per la República», proyecto que consiste en asegurar el liderazgo del ex presidente huido y la entronización de un nuevo rey absoluto de la Cataluña independiente, bajo el paraguas del lema «Rural, esencialista, tradicional y racial», una doctrina que conlleva similitudes con la carlista, el movimiento absolutista y reaccionario.

No es un capricho del azar que los enclaves separatistas coincidan con los feudos carlistas del siglo XIX –como sucede también en Euskadi–, y esta superposición de zonas es consecuencia de unas guerras civiles decimonónicas que no supieron germinar en la plural nación española.

Amer, la localidad gerundense donde nació el caudillo separatista Carles Puigdemont, fue el cuartel general carlista en el conflicto bélico y lugar donde en abril de 1849 capitulaban las fuerzas de Ramón Cabrera dando por acabada la Segunda Guerra Carlista.

Un dato significativo de la asamblea cerrada en falso anoche fue el rechazo a la fórmula «hacer efectiva la república de forma inmediata» por «lo antes posible», y es que el expresidente de la Generalitat Artur Mas advirtió que para conseguir la independencia de Catalunya es necesaria la unidad, por tanto, se deben neutralizar los disidentes y reorganizar fuerzas para la siguiente batalla. La Antigua convergencia ha desaparecido definitivamente y debemos dar por concluida la «Primera guerra carlista» del siglo XXI. Pronto empezará la segunda.

Ramón Cabrera, el líder del carlismo catalán, acabó reconociendo a Alfonso XII como rey legítimo mientras vivía un exilio dorado en Inglaterra, desde el que conspiró por lo que él creía un futuro mejor para España.

Los carlistas acechan de nuevo.