Opinión
A beneficio de inventario
Una de las circunstancias que más me horroriza de España es cómo no pocos han decidido tomarse la guerra civil a beneficio de inventario. En otras palabras, la leen e interpretan de acuerdo con lo que les parece bien y cierran los ojos a la verdad. No seré yo quien niegue la existencia de idealistas, héroes y víctimas de los dos bandos. Conocí a muchos y entrevisté a algunos para mi Recuerdo 1936, pero, aceptados todos los matices que se deseen, la guerra civil no fue un episodio del que enorgullecerse. En primer lugar, constituyó un escandaloso fracaso colectivo y lo fue porque los españoles se demostraron incapaces de llegar a acuerdos que beneficiaran a todos y se sumergieron en un remolino de sectarismo y violencia que llevó a la revolución y a la contrarrevolución. No es algo de lo que ufanarse. En segundo lugar, se trató de una guerra criminal.
Baste decir que en las cunetas y los paredones encontraron la muerte más españoles que en el frente. Que cada cual saque sus conclusiones. A fin de cuentas, ambos bandos tenían entre sus objetivos a millares de sus compatriotas en la retaguardia. En el caso de los vencedores, se trataba de dar una lección ejemplar que no olvidaran los levantiscos contrarios al orden; en el de los vencidos, de exterminar a sectores enteros de la sociedad de acuerdo a la dialéctica de la guerra de clases. A semejantes visiones de muerte se unieron las envidias, los ajustes de cuentas e incluso los ataques de cuernos. Finalmente, se trató de una guerra que no podía acabar bien. De haber ganado el Frente popular, España se hubiera convertido en una democracia popular semejante a las del este de Europa. Habiendo vencido Franco, tuvimos una dictadura conservador-católica que cosechó grandes éxitos económicos en los sesenta, pero que en 1959, dos décadas después de la victoria, se hallaba aún en bancarrota. Examinar los datos con objetividad y comprometerse a no repetir el drama debería ser el objetivo colectivo. Sin embargo, durante cuarenta años estuvimos sometidos a la versión de los unos y desde los setenta, a la de los otros que, inconsistente como toda visión parcial, ahora necesita, al parecer, el apoyo de Código Penal y cárcel para que nadie rechiste. Han pasado más de ochenta años y tengo la sensación de que no hemos aprendido nada.
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