Opinión

El presidente feliz

Lo mejor de la primera rueda de prensa de Pedro Sánchez fue su declaración de felicidad. Hay que subrayarlo, porque es algo raro por parte de un político, más aún de un presidente de Gobierno. La felicidad del presidente debe ser puesta en relación con la inauguración de una nueva era. Y es que en la peculiar carrera por llegar el primero a la época de la regeneración, ha sido él el que se ha llevado el primer puesto. Es un triunfo personal, muy masculino, sobre sus dos rivales, Albert Rivera y Pablo Iglesias. Pablo Casado ni siquiera estuvo en la carrera. De ahí su falta de complejos ante el presidente Sánchez, que no representa para él un fracaso personal.

También lo convierte en el adversario a batir, aparte de otras consideraciones sobre la voluntad de resucitar el bipartidismo. De ahí el tono displicente y un poco venenoso, con sobreentendidos y alusiones no fáciles de descifrar, que el presidente feliz le dedica. Rivera ni siquiera cuenta. Queda englobado en esa derecha abstracta y extremista que Sánchez inventa para su uso personal. También lo deja un poco aparte, por si acaso hay que contar con él en futuras negociaciones.

La felicidad de Sánchez procede, además, de su incapacidad para ejercer una auténtica acción de gobierno. Por ahora, no ha tenido que tomar demasiadas decisiones, menos aún decisiones duras, de las que desgastan. El conflicto del taxi ha quedado aparcado hasta septiembre, la inmigración sigue envuelta en el aura de lo humanitario. Lo indicó el mismo Sánchez al final de su comparecencia, poco antes de la muestra de felicidad. Se propone intentar llevar a cabo su programa, pero si no le dejan, no será responsabilidad suya. Es una estrategia difícil, que exigirá mucho tiento y muchos silencios, como los dos meses sin declaraciones que la docilidad de sus medios amigos está dispuesta a perdonarle: demostrado queda. También indica el propósito de durar todo lo posible en La Moncloa. Se comprende. El camino ha sido demasiado complicado como para ponerlo en juego todo otra vez.

Eso le da tiempo para desgastar a Podemos, que se enfrenta a un competidor que exhibe humildad, buenas maneras –¡y felicidad!– allí donde ellos se han encerrado en la extravagancia (el chalet), el tono bronco y el enfrentamiento interno perpetuo. A cambio, concede tiempo al PP para caer en las provocaciones que desde la Presidencia le van a tender una y otra vez. Casado y su equipo tendrán que jugar muy fino para que el «rearme ideológico» no se convierta en una trampa.

Dos anuncios permitieron ver el otro lado de la felicidad presidencial. Uno es el nombramiento de un mando único para la gestión del problema de la inmigración ilegal en el Mediterráneo y el Estrecho: da idea de que va a haber algo más que gestos. El otro vino después de la rueda de prensa, y es la retirada del recurso de inconstitucionalidad que planteó el gobierno de Rajoy contra la Ley de víctimas de abusos policiales del Gobierno vasco. Los dos indican, una vez más, voluntad de durar y una disposición a ceder a los nacionalistas en asuntos de fondo, de los que atañen a lo más sensible de la cuestión nacional. Sánchez, que ha preferido a los nacionalistas, los secesionistas y los amigos de los terroristas al pacto con las fuerzas constitucionales, está convencido de que la Monarquía parlamentaria y la situación económica, –porque los gestos aquí van a salir igualmente caros– lo aguantan todo. Veremos cuánto dura la felicidad.