Opinión

Un inmenso CIE ibérico

Es probable que la política del anterior gobierno del PP adoleciera de no pocos defectos en materia de lucha contra la inmigración ilegal. Tal vez se incurrió además en posiciones demasiado pusilánimes ante la UE a la hora de exigir un mayor compromiso de los del norte frente a la avalancha que entra en territorio común pero acaba quedándose en suelo del sur y hasta puede que se cayera con demasiada asiduidad en lo que ahora se considera políticamente correcto y que no es otra cosa más que el cúmulo de complejos que va cosechando el centro derecha europeo frente al populismo disfrazado de políticas pretendidamente sociales. Pero de ahí a establecer, como viene haciendo el actual Gobierno socialista ante un problema que se le escapa de las manos, que las diarias avalanchas de inmigrantes por el estrecho y el mar de Alborán se corresponden con una falta de previsión del anterior Ejecutivo de Rajoy media un trecho tan estratosférico como la falta de pudor por parte de quienes se estrenaban en el primer consejo de ministros de La Moncloa montando el patético espectáculo mediático y demagógico de la bienvenida y apertura del puerto de Valencia a unos inmigrantes del «Aquarius» de los que nunca más se supo tras la marcha de la última cámara de televisión y generando un efecto llamada de consecuencias imprevisibles.

Lo que está ocurriendo en las costas andaluzas viene a corresponderse con un tacticismo político mucho más cercano a arrebatarle a Podemos la bandera de la inmigración al tiempo que no se contraviene al «socio preferente», que a establecer una pauta coherente con el problema bajo la máxima de una lógica que señala, guste más o menos, que la capacidad de Europa y específicamente de España para recibir inmigrantes, sencillamente no es ilimitada. Lo apuntaba en un rictus de impotencia el alcalde de Algeciras; el sur de nuestro país va camino de convertirse en una nueva Lampedusa en manos de las mafias que trafican con personas. Polideportivos saturados, barcos atestados y pabellones llenos de seres humanos hacinados como bestias y conformando una auténtica olla a presión que no sólo amenaza a la seguridad, sino que ya pone en peligro la propia sanidad con posibles conatos de infecciones y epidemias.

El efecto llamada vio hace diez días una nueva vuelta de tuerca con la decisión del consejo de ministros de recuperar la llamada tarjeta sanitaria universal y, llegados a este punto, la cuestión no es tanto si se respetan los derechos humanos a diez mil o a cien mil llegados desde la desesperación de países sin esperanza, sino la constatación de que aguardan otros tantos, cuando no millones, por dar el salto hacia una Europa incapaz de dar la cara ante su, tal vez, principal problema y enfilando la puerta ahora más sencilla y abierta de par en par que es el sur de la España gobernada por Sánchez. El buenismo mal entendido y la demagogia tacticista de gobernantes sedientos de «Aquarius» y festivales mediáticos ya se topa de bruces con la tragedia diaria en el estrecho y puede que esté aguardando algo peor entre una sociedad como la española solidaria, sí, pero no inmune a la llegada de un tsunami de xenofobia.