Opinión
El Rey y yo
Al primer actor de España, el gran protagonista de esta temporada de Juego de Tronos por mucho que haya guionistas que le nieguen su estrellato, al Rey, vaya, lo van arrinconando, nos van arrinconando, por ser una metáfora clara de España. Son los que elaboran juegos sintácticos que delatan hasta qué punto el fascismo, y no el franquismo del que sólo queda una momia, flota este verano con unos manguitos amarillos. El regidor de la plaza de San Jaime, el repartidor de existencias sin el que un humano no alcanza la categoría de serlo, lo considera simplemente un español, como a mí por ejemplo.
Por la misma razón, si quisiera ir a Barcelona a mostrar mis respetos a las víctimas del 17-A me sentiría proscrito, señalado, uno más de «El cuento de la criada» con miedo a que me descubran. El Rey no es el sucesor de una estirpe de tiranos, sino la figura en la que se concentra esta tierra llamada «este país», la fórmula sin ñ de posar el culo en la nada. Todo por no decir España. Defender al Rey no apareja una muestra de fervor monárquico o republicano, debates desfasados del siglo XX, sino de respeto a la Constitución. Por eso no se entiende que el príncipe de la Moncloa no gaste energía en darle su lugar y recriminar al que usa su nombre retorciendo conceptos de tal manera que nos humillan a todos. Habrá muchos Pedro Sánchez, irán mudando de piel y de apellidos, las Armengol serán azúcar pasado en una ensaimada, pero la Corona reinante o incluso en el exilio interior adonde quieren sentarla, pasará a la Historia. Este es el juego peligroso en el que se confunde la parte y el todo. Si prevalecen las porciones, todos querrán ser reyes republicanos que se representarán a sí mismos.
En el todo donde los españoles nos encontramos, sólo hay un Rey mientras otra ley de leyes no diga lo contrario. Algunos aprovechan este río revuelto de infamias para saltarse varias pantallas y llegar así al final de la partida sin haber ganado las anteriores. Un jaque mate virtual. Anhelaría, como ciudadano, que el presidente del Gobierno lo tuviera en cuenta, me tuviera en cuenta, como a tantos millones que, entre el estupor y la angustia, apenas encontramos decepción. Pregunte a Merkel en el ardiente esplendor de Doñana si a una alta institución se la puede dejar en una marisma seca sin que el mismo presidente no comience a pudrirse. Oiga a la «gente». ¿O hace falta ser James Rhodes u otro jeque mediático con tirón para ser recibido en Palacio?
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