Opinión
Agosto
Por la Virgen de agosto sólo quedaba en la era la última parva de avena, las granzas y el montón de yeros recogidos en gabejones, a base de uñas, con el rocío de la mañana. El tamo cubría las callejas cercanas, los corrales, los tejados de las casas, los bardales y las matas de ortigas y de malvas, donde bordoneaban los abejorros, en los peñascales y en las entradas, envolviendo al pueblo en un manto pardo y pajoso, que desfiguraba el contorno natural de las cosas. Por San Bartolomé las eras quedaban barridas. Las caballerías descansaban por fin de la brega del verano. Andaban sueltas en la dula y retozaban alegres en la dehesa, gobernadas por el dulero. El aire de la calle era un zigzagueo ruidoso de ocetes y los tejados de las casas, un bullicio de gorriones en sus criaderos. Llegaban de paso las alegres letujas, que aleteaban en las ramas de los olmos de las herrañes y se recreaban en los zarzales donde ya habían madurado las primeras moras. Pronto brotarán los indicadores gallos morados, los espantapastores, en la hierba de las eras fatigadas por la trilla , hace tiempo solitarias, sin hacinas ni parvas. Refresca por la noche. Algún vecino antiguo comentará contemplando los arreboles de la puesta del sol sobre la sierra de Oncala: «Ya revuelve el tiempo». Y no falla: cualquier tarde de estas soplará el cierzo de la Alcarama. Y el pueblo volverá a quedarse solo y en silencio.
Este de la Virgen de agosto era el día señalado en que se abría la media veda. Al punto de la mañana salían a los rastrojos los cazadores con sus escopetas al hombro. Los perros brujuleaban nerviosos, siguiendo el rastro de las escurridizas codornices hasta que se quedaban de muestra, estáticos, en la frescura del orillo o en el borde del marallo. Volteaban las campanas a mediodía. Los hombres habían pasado por la barbería, se habían puesto la boina nueva, y su camisa blanca resplandecía y contrastaba con sus atezados rostros, acuchillados por el sol. En numerosos pueblos la Asunción de la Virgen y San Roque constituyen aún, en una extraña mezcolanza, impregnada de piedad y superstición, la fiesta mayor, con misa, sermón, procesión, partidos de pelota, subasta de las andas, bandeo del pendón, vino, música y baile en la plaza. En Valdeavellano de Tera, adonde me encamino hoy, son famosas sus verbenas y cantan en la misa de San Roque: «Líbranos de peste y males,/ Roque santo, peregrino». Buena falta nos hace en España.
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