Opinión

Las «fakes», avanzadilla golpista

Marshall Mcluhan, el más grande entre los teóricos de la comunicación, se quedó corto en algunos de sus vaticinios, en otros se equivocó, especialmente en el que anunciaba la muerte del medio radio en beneficio de las plataformas televisivas y el vídeo, pero en una inmensa mayoría acertó de lleno. No hay más que echar un vistazo al desarrollo de los antes llamados «mas media» y a lo que hoy representa el todopoderoso mundo de la comunicación. Las redes sociales que hoy inundan de todo tipo de contenidos el sistema circulatorio global de internet son el primer y meridiano ejemplo que viene a constatar la vigencia de la frase, no tanto por el marchamo de prestigio o desprestigio de quién difunde, como por el mero hecho de que cualquier idea, falsa o verdadera puede inocularse con toda facilidad en las terminales del ciudadano buscador de noticias.

De ser una divertida manera de tergiversar y falsear la realidad, e incluso de restar solemnidad a algunos acontecimientos, las «fakes» han pasado a convertirse –si no en el que más– en uno de los principales enemigos de la propia democracia en un mundo interconectado. Son un interminable arsenal de ponzoña. Las armas del totalitarismo no son ya pertrechados ejércitos sino los resortes para elegir, fomentar y difundir falsas verdades o mentiras completas. Decía hace meses el director de CNI en un foro abierto de este periódico que la auténtica amenaza más allá del tradicional espionaje político o industrial es ahora el acceso indiscriminado a cualquier colectivo desde unos ámbitos no precisamente ejemplares en democracia. Hace días, el presidente de una gran compañía de telecomunicaciones, que las «fakes» que diaria y multitudinariamente se hacen circular por las redes, en el caso de España tienen una mayoritaria e inequívoca procedencia. No quise abusar de la confianza del momento preguntándole sobre esa procedencia e insultando a la inteligencia de los pocos presentes porque evidentemente el verdadero y auténtico terreno abonado para la «fake» no es otro más que el independentismo de Cataluña.

Ahí es donde la elaboración, distribución y colocación en las redes de noticias acordes con el argumentario anti estado español se hace más habitual y evidente. Desde situar a la «república catalana» como primera beneficiaria del gas ruso dando por hecha la ruptura de Putin con la UE, pasando por la distribución de fotos manipuladas mostrando a Puigdemont con la presidenta de Estonia, o sencillamente –y de ello se ocupan casi en exclusiva personajes pagados por erarios públicos como el eurodiputado soberanista Javier Tremosa– difundir falsas imágenes de represión policial. Es toda una consejería de la difamación sin sede pero con cartera y billetera encargada, con alguna ayuda exterior de crear un magma de opinión favorable a la inevitable república independiente. Ergo, o se actúa desde ya con medidas contantes y sonantes o sencillamente se nos hará de noche.