Opinión

Matute de la Sierra

Entre el ir y venir del verano, del mar a los trigos, hice parada en un pequeño pueblo soriano, al pie del Cerro de San Juan, adonde llegué al caer la tarde de un día claro de agosto para participar en un acto cultural. Matute de la Sierra, que así se llama el lugar, merece un reconocimiento porque, después de estar varios años deshabitado y dado por muerto, ha revivido gracias al tesón y la unión de sus gentes, que han reconstruido las casas, y al hecho de que algunas familias han vuelto y se han quedado a vivir. Es un acontecimiento singular que invita a la esperanza y que contrasta con el avance implacable de la despoblación.

El acto en el que participé, incluido en la «VIII Semana Cultural de Matute de la Sierra», se celebró en la iglesia de Santa Coloma, del siglo XII, de un románico puro, limpio y sencillo, en un paraje apacible junto a un arroyo. Martín, el cura, impulsor de estas semanas culturales y de la reconstrucción del templo, me contó: «Aquí dentro encerraban las ovejas los pastores trashumantes; la iglesia hundida se había convertido en majada». Al fondo, bajo el enrejado de madera del coro que unos ladrones intentaron llevarse, luce una espectacular pila de bautismo del siglo XII rescatada de la ruina. En la explanada delante de la iglesia han salvado también la estampa majestuosa de un olmo centenario.

El viajero que se encamine a Matute, desviándose a la derecha en el cruce de El Valle, dará, entre una arboleda, con la casa-fuerte de San Gregorio, un conjunto medieval, de estilo gótico, que fue morada de condes y donde ahora se celebran bodas. Unos kilómetros más arriba, siguiendo la estrecha carretera entre encinares, tropezará con el punto de destino. Le sorprenderá en la entrada un llamativo edificio de piedra con unos torreones, que resulta ser una casa rural y restaurante. Me dicen que cuando los pueblos de alrededor estaban habitados, no había arriero que no se parara a echar un trago y a llenar la frasca en la fuente de Matute. Tan famosas eran sus aguas que hasta se las llevaban en cantarillas las gentes de la capital. Estamos a veinte kilómetros de Soria, a dos leguas de Numancia, entre El Valle y las Tierras Altas, con la Cebollera y la Sierra del Alba como referencias, y a un tiro de piedra del famoso acebal de Garagüeta, el mayor bosque de acebos de España. Llevo comprobando que para evitar la muerte anunciada los pueblos se asocian y se agarran a la cultura.