Opinión
Top secret
Resulta, si no he entendido mal, que el viaje de Pedro Sánchez en avión oficial al concierto de The Killers en el Festival de Benicasin es secreto de Estado. De esta manera el Gobierno se cubre las espaldas para no dar explicaciones sobre el coste del viaje de ida y vuelta en el Falcon, los viajeros que acompañaron al presidente en esta excursión y el importe de abrir para tan señalada ocasión el aeropuerto de Castellón. Cuando me lo contaron, no me lo podía creer. Aún tengo dudas de que todo esto no se deba a un malentendido, fruto de los calores del verano. Si fuera como me lo han contado, el escándalo ocuparía la primera página de los periódicos durante semanas y abriría todos los telediarios. Y no es el caso. La prensa gubernamental ni siquiera ha dado la noticia y los partidos de la oposición, a pesar de haber subido últimamente el tono crítico, ni siquiera han propuesto una comisión de investigación sobre el particular ante la posible malversación de caudales públicos por parte del presidente del Gobierno, el evidente quebranto de la ley de Transpariencia y, sobre todo, la sospecha de un intolerable abuso de poder.
Habría que aclarar de entrada si se trata de un viaje privado con un simulacro de agenda oficial, como parece, y, para eso, sería preciso conocer con detalle todas las circunstancias del mismo, que ahora se intentan ocultar bajo la capa de secreto oficial y con el socorrido pretexto de la seguridad. La declaración de materia reservada, pensada para otras circunstancias más graves, hace que aumente la sospecha de que en esta excursión musical hay algo inconfesable, que los ciudadanos tienen derecho a conocer. Como dice Saavedra Fajardo, «un secreto es un peligro». Un secreto público es un contrasentido. Noticia, como se sabe, es aquello que alguien en alguna parte intenta impedir. En este caso, lo impiden desde la Moncloa por razones interesadas y abusando de su poder. Si Pedro Sánchez no tuviera nada que ocultar, sería transparente. No lo es. Su mandato, no sólo en esto, discurre envuelto en oscuridades, por las alcantarillas, en el trato obligado con sus socios de ocasión. Como dice Quevedo, «secretos espantosos y formidables, experimentados, tan ciertos y tan evidentes, que no pueden faltar jamás». Pocas veces la política nacional ha sido tan cautiva de oscuros compromisos inconfesables como en esta etapa provisional y transitoria. El «secreto oficial», como dice Max Weber, es invención específica de la burocracia.
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