Opinión

Fariña (I)

No me gusta ver las series esperando semana a semana. De hecho, prefiero tragámelas de un tirón y en estos días de asueto lo he hecho con varias producciones españolas y extranjeras. Me ha llamado especialmente la atención «Fariña», dedicada a relatar la historia del narcotráfico en Galicia durante los años ochenta y noventa. Hay dos aspectos que me han llamado especialmente la atención porque son de extraordinaria importancia y quedan opacados en medio de la más que interesante trama. El primero es cómo empezó el narcotráfico en Galia y con él prácticamente en toda España. Durante décadas, en Galicia se habían amasado fabulosas fortunas gracias al contrabando de tabaco.

Ocasionalmente, había capturas, pero todo quedaba solucionado con una multa porque no era delito. Gracias a ese apaño –ese invento tan español– vivían millares de personas en un ejercicio de economía sumergida, uno de tantos en España. Franco –que tenía la mentalidad propia de un cuartel– nunca fue más allá porque era consciente de que así muchas personas podían comer. Entonces llegó el nuevo régimen, un régimen que contaba con el sistema autonómico como uno de sus ejes y que sigue necesitando un sistema impositivo confiscatorio para mantenerse. No pasó mucho tiempo antes de que en el ministerio de Hacienda alguien tuviera la idea de convertir el contrabando de tabaco en un delito de tal manera que se pudiera recaudar más.

Como tantísimas monstruosidades ideadas en los despachos del ministerio de Hacienda la propuesta hasta parecía una genialidad. Parecía porque el efecto perverso resultó inmediato. Al poder ir a la cárcel lo mismo por traficar con tabaco que con cocaína, los antiguos contrabandistas se pasaron a la droga. Lógica tenía. Ya que se arriesgaban a dar en la prisión optaron por jugarse el cuello por un producto que les permitía multiplicar por diez sus ingresos. Las consecuencias sociales, más allá de los beneficios astronómicos de los traficantes, fueron pavorosas. Es verdad que se esforzaron por evitar la violencia y que Galicia se convirtiera en Sicilia, pero fumar un pitillo no es igual que esnifar coca. Ignoro si al final Hacienda recaudó mucho más tras la necia ocurrencia de convertir en delito el tráfico de tabaco, pero de lo que no tengo la menor duda es de que los padres de la idea, aunque los ascendieran, son los responsables directos de la desgracia de millares de españoles.