Opinión

En busca del Canaán

Se le atribuye a Manuel Azaña una frase cuya literalidad sería: «Vendría a ser, sin duda, el pueblo catalán un personaje peregrinando por las rutas de la historia en busca de un Canaán que él solo se ha prometido a sí mismo y que nunca ha de encontrar». No sé si esta frase se le ocurrió a principios de 1937, cuando se ve obligado a recluirse en la sede del Parlamento catalán a causa de una revuelta interna republicana, días durante los cuales comienza a escribir su obra «La velada en Benicarló». Esta obra debería ser de obligada lectura para cualquiera que se atreva a hablar en público sobre la Segunda República y la Guerra Civil española. Azaña celebró la aprobación del Estatuto de Autonomía de Cataluña con el grito de «Visca Catalunya», siendo respondido por la minoría catalana de las Cortes con un sonoro «Viva España» y un abrazo entre Azaña y Companys.

¿Qué ocurrió entre este momento histórico y aquella frase? Algunos dicen que la constatación por parte de Azaña de la «insolidaridad y chantajismo de la Generalitat», hasta el punto de que en el llamado «Cuaderno de la Pobleta» (1937) anota que transmite a Negrín, al que acaba de nombrar nuevo presidente del Gobierno, una sola consigna explícita, recuperar los poderes que reservan al Estado la Constitución y las leyes, poniendo coto a los «excesos y desmanes» de los órganos autonómicos catalanes. El 18 de brumario de Luis Bonaparte, obra escrita por Karl Marx, comienza con la famosa frase «La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa». Es cierto que esta frase parodia al golpe de estado de Napoleón, pero no cabe duda de la vocación de generalidad que el autor pretendió darle dentro de su concepto de materialismo histórico. Toda esta disertación no sería más que eso, sino fuera por el riesgo de enfrentamiento social que se corre en Cataluña, el cual debe ser evitado a toda costa. Azaña atribuía al pueblo catalán aquella autopromesa, pero es que esta predicación al pueblo en general no es dable, porque la sociedad está profundamente dividida y, por hoy por hoy, se utilizan los espacios públicos para combatir con la simbología, pero puede agravarse esta situación.