Opinión

La vuelta a casa

Volvemos a casa, o sea, volvemos al cuartel emocional y abandonamos el de verano, el cuartel de vacaciones, para sumirnos de nuevo en la bendita rutina, en la bendita almohada de siempre, en la mesa de trabajo, en el filete a la plancha y la hoja de lechuga... Dicen que las vacaciones alargan la vida, y no me cabe la menor duda de ello. Es buenísimo estar alejado de la realidad, aunque por todas las rendijas llegan novedades de todos los tintes: que si a los presentadores de TVE los mandan a hacer pasillos, y de eso sé yo un rato largo o despiadados horarios nocturnos por mor de los cambios de gobierno; que si se implementan nuevas medidas fiscales para recaudar a lo bestia sin que disminuyan los costosos viajes en el Falcon ni los asesores funcionariales; que si movemos a Franco de su tumba convirtiendo el Valle de los Caídos en un cementerio civil (o militar o medio pensionista ¡qué más dará!). Luego está lo de Venezuela, espejo en el que debemos mirarnos si continúa este gobierno; Trump amenazando con sacar a EE UU de la OMC; el Papa pidiendo perdón en todos los tonos por las miserias sexuales de los clérigos en el mundo. Y finalmente otros asuntos que son como un almax para digerir lo que nos preocupa: la encantadora Susana Gallardo liada con Manuel Valls (ojalá éste se decida a pelear por la alcaldía de Barcelona para que la ciudad pueda volver a ser vivible); a su vez, su ex, Alberto Palatchi, liado con la divertidísima Zita; Michael Jackson resucitando cuando cumple 60 tacos; Madame Obama pegando la gorra en Mallorca con Costos and husband. Y todo así. Cotillear rejuvenece, lo mismo que el sexo, así que unas dosis de ambos para recuperarnos de los estragos del sol no viene mal.

Luego está lo de poner la casa en orden y arrancar a trabajar. Las cabezas, estén donde estén, siguen funcionando. En la vida de todos hay un momento en que nos vamos lejos para huir de lo que nos atormenta, pero una amiga sabia me advirtió que era una solución inútil, ya que la cabeza la llevamos siempre a cuestas y su contenido es el que es: no se puede huir de él. Otra cosa es ponernos en blanco, la pantalla en blanco, y dejar de pensar, lo que resulta un ejercicio muy difícil y que requiere mucha concentración.

Las vacaciones son para el verano (y para el otoño, el invierno y la primavera), lo mismo que las bicicletas, y esa ruptura con la realidad es muy saludable, tanto como la baja por paternidad que se ha tomado Pablo Iglesias. Ahora lo tenemos ya dando la brasa de nuevo, intentando sacarnos lo más grande con impuestos por aquí y por allá. Desde el cuartel de verano advertíamos en varias ocasiones que «cuando las barbas de tu vecino (léase Venezuela) veas pelar, pon las tuyas a remojar», y no me cansaré de decirlo porque éstos están inspirados en las doctrinas chavistas-maduristas, y ya vemos los resultados: hambruna, desesperación y constantes cortes de luz. En España todavía vemos prosperidad en los restaurantes llenos, los hoteles con un alto porcentaje de ocupación y hasta los lugares más insospechados con turismo local. En el Valle de Arán, donde todavía se escuchan las campanas de las iglesias y el rumor del agua del río triscando las piedras, la gente disfruta también en esta época del año con excursiones a pie, haciendo altos en las charcas para refrescarse y comerse la tortilla, que no sólo de esquí vive el hombre. Me pregunto cuánto nos va a durar esta alegría.