Opinión
La hora torrante
Las condiciones climatológicas. Es la orden que el equipo de comunicación de Moncloa ha dado a sus terminales mediáticas. El turismo cayó por la ola de calor. El paro subió seguramente por lo mismo. No hay ganas de trabajar cuando se cuecen más de treinta grados a la sombra. La siesta es el padre nuestro de los buenos españoles, unos vagos que merecen pagar más impuestos. Pero lo cierto es que el pasado verano hizo calor como todos los veranos a este lado del globo, y el empleo se destruyó como nunca. En esto el Gobierno recurre, como gustaba hacer a Franco, el monstruo de los pantanos, a un elemento externo para culpar de los males que le aquejan en el estómago.
El calor es la nueva masonería. Lo último, la patada en las entrañas que le ha dado la Mesa del Congreso en su intento cuasigolpista de saltarse al Senado para conseguir unos Presupuestos que lo libere del cambio climático que se vive en la Cámara Alta, repleta de emisiones dañinas del PP, que es como el diésel pero en partido político. No saben ya como arrinconarlo y prohibir su entrada en las ciudades. La oposición contamina esta democracia hecha a medida. Apelar al ambiente claustrofóbico y asfixiante de las altas temperaturas es una lección literaria a lo Tennessee Williams, cuando el sudor era un personaje más en «La gata sobre el tejado de zinc», por ejemplo. Ministros y ministras en pijama, o sin pijama como dice una de las canciones del verano. La culpa es del reguetón ardiente. Peor si es machista. El termómetro en Waterlooo marcaba ayer un máximo de 23 grados. Aún así debió ser el fuego interno, pensará el Ejecutivo bienpensante, el que provocó el incendio de Torra. Los soberanistas encerrados en una habitación como en «Doce hombres sin piedad» pidiendo a gritos un desodorante para contener el discurso más torrante de los que ha pronunciado Torra, que se debió, como todos pueden colegir, a un golpe de calor. El hombre ya tiene una edad.
No hay que preocuparse. En cuanto llegue el invierno los turistas volverán, el paro menguará, los Presupuestos cuadrarán y Torra quedará convertido en un cubito de hielo amarillo. Pero hará tanto frío, «winter is comimg» que nos quedaremos atrapados en una bola de nieve que irá creciendo sin remedio. Con una cosa no habían contado los asesores de Sánchez y es que el parte del tiempo no puede alterarse con un decreto. Aunque están en ello. Si se puede cambiar la hora, ¿por qué no el Instituto de Metreología? No nos enteramos. El Gobierno no vino a luchar contra los elementos.
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