Opinión

¿Por qué tenemos que ser franceses?

Es aterradora la incapacidad que tenemos los españoles para tender puentes mentales. Leo estos días la completa biografía que Ana Caballé ha escrito sobre Concepción Arenal y reconozco que todas las brechas abiertas en el siglo XIX entre liberales y tradicionalistas siguen abiertas. La aconfesionalidad del Estado, la libertad religiosa, la enseñanza plural siguen siendo motivo de choque, que nos impide avanzar en lo importante (el fracaso escolar, por ejemplo).

La convicción de la ministra Isabel Celaá con respecto a que la enseñanza estatal ha de ser el eje del sistema es descorazonadora. Que una católica siga creyendo en el viejo mito revolucionario francés de la escuela pública, única y laica es agotador. Como si las iniciativas sociales -la escuela concertada entre ellas- no fuesen «públicas», como si sólo el Estado encarnase lo público. La mayoría de los países europeos admiten escuelas de gestión estatal y de gestión privada, ¡pero es que además incorporan la enseñanza de la religión en las aulas estatales! Ha escrito Alejandro González Varas un librito indispensable sobre la religión en las escuelas de Europa y nos ha sacado de dudas. Resulta que se enseña religión en todos los países excepto dos, los sempiternos Francia y Eslovenia. González Varas hace, más allá de estas dos rarezas, dos grupos de países. En los nórdicos o escandinavos se imparte la materia como «cultura cristiana». Esto evita aberraciones como que los niños sean incapaces de interpretar el cuadro de «La Sagrada Familia del Pajarito». El tercer bloque de naciones –entre las que se incluyen Alemania e Italia– incorpora la religión como asignatura, en colegios públicos y privados. En definitiva, Europa está orgullosa de su tradición.

Hay quien se pregunta si la admisión de lo religioso no nos obliga a aceptar escuelas musulmanas concertadas o la asignatura de religión islámica. Por supuesto. Los musulmanes son ya una gran minoría europea. Los turcos en Alemania y los argelinos y marroquíes en Francia llevan décadas instalados y las nuevas olas migratorias no hacen sino engrosar una realidad antigua. No podemos hacer como que no existe o caeremos en el error francés de generar guettos peligrosos. Hay que integrar a esta gente y no se les puede quitar su religión. Es mucho mejor que lo hagan con maestros reglados, de origen conocido y en las escuelas de todos, que en garajes clandestinos. Abramos sin miedo las escuelas a la enseñanza de la religión. Que los críos puedan preguntarse libremente sobre el gran misterio de la existencia. Que filosofen y discutan, que aprendan. Que lleguemos a estar orgullosos de pensadores de todas las confesiones. No imitemos el modelo laicista que cercena la libertad de los padres y la creatividad plural.