Opinión
Máster
No tengo ningún máster. Ese detalle se ha convertido en un grave inconveniente. La detención de mi vertiginoso ascenso social ha sido tan brusca como desagradable. No me invitan a cenar en las casas que antaño no cesaban de invitarme a cenar. Y a mi paso, oigo por las calles comentarios humillantes. «Míralo, tan altivo aparentemente, y no tiene ningún máster». Me han dicho confidencialmente que en la Universidad de Dakota del Sur, a cambio de una importante suma de dólares, y sin la obligación de asistir a las clases ni presentarse a los exámenes, se puede conseguir un máster de mucho empaque y guapeza intelectual. El máster de Improvisación intersexual Botánico. Estoy en ello. Los matriculados están exentos de viajar a Dakota del Sur, lo cual es una ventaja muy a tener en cuenta.
Sin un máster que mostrar, hoy en día resulta imposible encontrar un trabajo bien remunerado. Por otra parte, también se antoja imposible acceder al servicio público mediante elecciones sin máster en el currículo. El votante lo tiene muy en cuenta. Incluso en las órdenes y dignidades de la nobleza, Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, y en las Reales Maestranzas de Caballería, las de Ronda, Sevilla, Valencia, Zaragoza y Granada, el aspirante a ingresar en ellas puede disfrutar de una cierta flexibilidad en sus pruebas de limpieza de sangre, pero sin máster no hay tu tía. He sido invitado a participar en una tradicional montería prevista para el 8 de noviembre. Ayer recibí una carta del anfitrión que me dolió sobremanera: «Querido Alfonso: Perdona la rectificación. La montería se celebrará el mismo día y a la misma hora que figuran en la invitación que te he enviado. Pero tendrá lugar sin tu asistencia. El orgánico al que he encomendado la responsabilidad de la jornada cinegética me ha trasladado su sorpresa y estupor después de haber sabido que no tienes ningún máster. Y como comprenderás, no estoy en condiciones de admitir en mi casa a un montero sin máster. Te ruego que no te presentes. No obstante, y por la añeja amistad que hemos enriquecido con el paso de los años, seguiré saludándote si nos encontramos en un funeral o un restaurante. Un abrazo».
Encontrarse, a estas alturas de la existencia, con la cronología saturada por la edad y las esperanzas de vida limitadas por diferentes circunstancias, sin un certificado de máster cumplido y aprobado, es más que penoso. Pero los fallos y las culpas hay que asumirlos con fortaleza y sinceridad, y el único culpable de no tener un máster copiosamente documentado, soy yo. He dejado pasar muchos trenes a lo largo de mi estancia en este mundo conflictivo. Decía Chesterton, que la mejor y más cómoda manera de subirse a un tren es después de perder el anterior. Pero por mi estación ya no pasan ni trenes de mercancías.
Sólo me resta una solución, muy equivalente a bajarme los pantalones, que es gesto feo y nada complaciente con mi ancestral orgullo. Me ahorraría los dólares de la matrícula de Dakota del Sur, y para colmo de dichas, ganaría mucho dinero. Pero me vería obligado a pedirle el favor a un viejo amigo que hoy no siente por mí simpatía alguna. Mi viejo amigo le ha encomendado a la esposa de Sánchez, que sí tiene un máster, que solucione los problemas de África desde el Instituto de Empresa con sus conocimientos, tesón y trabajo. El sueldo no está nada mal. Y mi problema se solucionaría si me encomendara a mí, por similar remuneración, el desarrollo económico y social de alguna isla de Oceanía, teniendo en cuenta que se da en ella y en mí una coincidencia bastante divertida. Que ni ella tiene puñetera idea de los problemas que entorpecen el desarrollo de África, ni yo de los que padecen los habitantes de Papua y Nueva Guinea.
Pero me temo que no va a dar su brazo a torcer, y me voy a quedar sin máster y sin trabajo en el Instituto de Empresa.
Y con una amargura añadida. Que la culpa es mía y sólo mía.
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