Opinión

Los presos y los políticos

El Gobierno socialista le gustaría que los dirigentes catalanes que quebrantaron el orden constitucional estuvieran ya en la calle. Las declaraciones de Borrell a la BBC y de Batet a «El País» dejan pocas dudas. Si de ellos dependiera, los soltarían. Representan las dos caras del socialismo en Cataluña. Iceta está de acuerdo con ellos. Expresan el sentir del presidente Sánchez y de todo el Gobierno. Sin presos, ha dicho la ministra encargada del diálogo con la Generalitat, sería más fácil hacer política allí, que es el objetivo del actual Gobierno. Esta es la principal exigencia del soberanismo, expresado en la calle durante la Diada y simbolizado en la proliferación de lazos amarillos. El reconocimiento público de que Cataluña es una nación, tal como ha proclamado Borrell –¡ojo con él!– en la emisora británica y como Pedro Sánchez viene confesando a los nacionalistas en privado, ayuda a dorarles la píldora y a darles carrete. La celebración de un referendum sobre un nuevo estatuto que supere las trabas anteriores del Tribunal Constitucional es la otra gran oferta puesta sobre la mesa del diálogo. La educación seguirá como está. En el caso de los presos, verdadero obstáculo en el camino según el Gobierno, no se sabe hasta dónde llegan los compromisos subterráneos.

Por supuesto, el poder ejecutivo no puede renegar públicamente de la independencia del poder judicial ni hacer presión sobre él abiertamente. Pero estas últimas manifestaciones, tan significativas y coincidentes, y el propósito inicial de la ministra de Justicia de no salir en defensa del juez Llarena, instructor de la causa, ante el grosero ataque en un Juzgado belga, son hechos que pueden interpretarse como el propósito de ejercer una presión política, no precisamente sutil, sobre la Fiscalía y el Tribunal Supremo de cara al gran proceso que se avecina. Hasta ahí puede llegar el compromiso con Torra y compañía. En Moncloa se sigue, como demuestran las manifestaciones de Borrell y de Batet, tan distintos y tan distantes hasta hace poco, y como ocurrió en la funesta época de Zapatero, la línea que marca el Partido Socialista de Cataluña. Y ese es el problema. Sería más fácil hacer política nacional en Cataluña sin la señora Batet. Es más, si el PSOE quiere sobrevivir, opinan sus figuras históricas, debería revisar de una vez su relación con el PSC, cómplice y encubridor de los desvaríos del nacionalismo. Hasta Borrell –¡ojo con él!– se hace de la partida. Dicen que dijo Azaña: «Lo mejor de los políticos catalanes es no tratarlos».