Opinión

Hora de Pablo

Parecía que la naciente estrella del rock moriría recién llegada al baile. El primogénito, sonriente legatario de la centroderecha, que sobrevivió a una guerra fratricida y enterró el «sorayismo» nonato, podía malbaratarse entre las sombras del máster. No ayudaba la recién adquirida costumbre de husmear en los currículums de sus señorías con el celo admirable de un Perry Mason. Hasta que habló el Supremo. Trituró los argumentos de la jueza por el llamado Caso Máster: «Los indicios en que se basa no son lo suficientemente consistentes, sino todo lo contrario». El cohecho impropio habría prescrito. La hipótesis de la prevaricación administrativa fue levantada.

Pasado el tiempo de las cábalas llega el de recuperar el pulso. A Casado le espera la aventura equinoccial de reanimar a un partido «grogui». Necesita desandar las argucias con las que sus antecesores parchearon la cuestión catalana. Ese problemilla que arrastra su panza desde que hace 35 años el jefe del 3% proclamó que en adelante de ética ya hablaban ellos. También tendrá que aclarar si aspira a competir con Ciudadanos. Hijo político de Aznar, que recuerde que el entonces presidente reventó el techo de cristal heredado de Fraga cuando abrazó la centralidad sin renunciar a la ideología. El mejor antídoto contra las tentaciones caudillistas y contra el derrotismo fue apostar por un discurso atlantista, liberal y antidogmático. Situarse en el centro del tablero no significa sustituir la política por el marketing. Aparte, haga lo que haga le llamarán facha quienes olvidan los discursos de Le Pen y Salvini mientras consagran sus días a blanquear golpistas y el resto de las horas a censurar calendarios. A los enemigos del comercio, la democracia y la belleza, los tendrá siempre enfrente. Más vale olvidarse de ellos y seducir a la España constitucionalista que no gana para clonazepam (y circo) desde que la (in)justicia belga retomó su acrisolada tradición como oasis de prófugos y el tribunal territorial de Schleswig-Holstein comparó el primer pronunciamiento contra una democracia europea desde el final de la II Guerra Mundial con la toma de un aeropuerto.

Adriana Lastra escupió una tarde que «el señor Casado lo que tiene que hacer es presentar su dimisión porque, si no fuera porque está aforado, estaría imputado. Lo que ha hecho la compañera Carmen Montón es indicarle el camino a Pablo Casado. Pido su dimisión». Desde que el fiscal descabalgó las conjeturas sólo nos queda el show del doctor Sánchez. A falta de comparecer en el Senado y, ¡ay!, de lo que ocurra con la demanda por presunta falsedad documental. De momento son dos los políticos españoles libres de nubarrones universitarios. Pablo Casado, a punto de que la Sala de Admisión del Tribunal Supremo dé carpetazo al asunto, y Adriana Lastra, pues como todo el mundo sabe para meterte en líos de másters o tesis es condición sine qua non terminar antes la carrera: ni somos todos iguales ni basta con el bachillerato.