Opinión

Desamortizaciones

Las desamortizaciones eclesiásticas del siglo XIX tuvieron dos objetivos. Uno de ellos económico y social, que consistía en crear una nueva clase de propietarios y, con el dinero recaudado, sanear las finanzas del Estado y amortizar deuda. El otro, como recordaba Jorge Vilches aquí, era político. Se trataba de debilitar las órdenes religiosas que habían apoyado al carlismo. Hechas sin acuerdo con las autoridades eclesiásticas, el clero secular que había apoyado a la reina Isabel II, las desamortizaciones contribuyeron a endurecer el ultramontanismo de la Iglesia y de parte de la sociedad española.

Ahora Pedro Sánchez promueve una nueva desamortización. Es un gesto inédito en la Europa en la que vivimos. Nos devuelve no ya hace 80 años, a la Guerra Civil, sino más allá aún, a las décadas centrales del siglo XIX.

En realidad es peor. Los desamortizadores –entre ellos Godoy, pionero en esto– tenían objetivos serios. Nadie sabe muy bien, en cambio, qué busca Sánchez. Económicamente es una operación ruinosa. De llegar a buen puerto, aumentaría las cargas que pesan sobre el Estado. Tampoco parece que sea cuestión de crear una nueva clase burguesa ni de saldar deuda pública. No resulta verosímil que los socialistas desamorticen la Seo de Zaragoza o la catedral de Córdoba para venderlas a sus amigos millonarios. (Cualquiera sabe, claro está.)

Queda la cuestión partidista. Consiste en restaurar esa forma de religión política que es el anticlericalismo para movilizar a los propios, en quienes se supone una animadversión instintiva a la Iglesia, y a los adversarios, con el objetivo de consolidar alguna forma nueva de carlismo. Se trata, por tanto, de restaurar un tiempo pretérito, sublimado por la completa ausencia de crítica histórica, un tiempo en el que la sociedad española respondía a estímulos que hoy en día sólo emocionan –vamos a decirlo así– a unas cuantas señoritas y señoritos descerebrados. Es una característica del socialismo a la Sánchez-Iglesias: la obsesión por recuperar un pasado ideal de buenos y malos, pasar a la Historia dando un salto vertiginoso hacia atrás.