Opinión
1-O..
1 de octubre de 2017. La Constitución, garante de la soberanía nacional, que reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado, quedó al albur de lo que hicieran las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Si los jefes de los gendarmes autonómicos fracasaron en su afán revolucionario, si no colapsó el esqueleto del sistema, fue gracias a actuación de la Policía Nacional y la Guardia Civil. Hacinados durante semanas, acosados por la kale borroka, vendidos por sus supuestos colegas y empujados hacia la ruina por un Gobierno negado, que confundía realidad y deseos, y a pesar de la tormenta de agitprop y los señuelos de quienes buscaban muertos para vender el procés, nuestros agentes defendieron la supervivencia de un Estado que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Pusieron coto a las tentaciones caudillistas de los iluminados, malditos de sainete, catecúmenos de autócratas. Ya, hay gente persuadida de lo contrario. Incapaz de asumir las reglas del juego. Convencida de que votar es bueno y cómo va a opinar usted, que vive en Lugo, sobre lo que yo haga con Cataluña. Y esto de Steven Pinker, que advierte de que el sentido moral también puede jugar contra el progreso: «las personas demonizan a aquellos con quienes no están de acuerdo, atribuyendo las diferencias de opinión a la estupidez y la deshonra». Yo mismo, cuando me exaspero, sueno bronco. Hablo de canallas cuando quizá algunos solo son analfabetos. Qué le voy a hacer. Valoro las libertades y el nacionalismo trabaja junto al fanatismo religioso y el cáncer identitario para destruir los parachoques ilustrados.
El combate, aquí y en Gerona, calles de Varsovia, arrabales de Brooklyn, París y Londres, será entre demócratas y aprendices de brujo. La Cataluña del otoño de 2017 asistió a una deflagración crucial. Un anticipo de todo lo malo que viene. Chocaban dos ideales antagónicos. Uno ampara la salvaguarda de la comunidad política moderna, que no concede derechos especiales en atención al folklor o la lengua. El otro «pretende convertir la diversidad cultural en fragmentación política» (Fernando Savater) y potencia los supuestos hechos diferenciales. Miren, este Gobierno no, pues está a otras cosas. Ahora bien, el próximo tiene que declarar el 1 de octubre fiesta nacional. Nos jugábamos la democracia y de momento ganamos. Viva el 1-0.
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