Opinión
Por San Miguel
Los membrillos del jardín están ya dorados, señal de que hemos entrado en el veranillo de San Miguel. Con las últimas lluvias, en los montes de Soria aparecerán los «migueletes» y pronto asomarán los rojizos níscalos en el pinar bajo la hojarasca húmeda. La alfombra verde del gayubar presentará sus frutos rojos, y con el tempero se iniciará la siembra en la barbechera. Empieza propiamente la otoñada y se inicia el año agrícola. Los más viejos del lugar echarán en falta por San Miguel la característica feria de ganado.
Por San Miguel se ajustaban los pastores y se contrataban las niñas-criada. No siempre habían cumplido, los unos y las otras, los catorce años, la edad establecida para dejar la escuela. Pero la necesidad apretaba. Un pequeño jornal y una boca menos en casa eran argumentos poderosos. La madre se encargaba de prepararles el hatillo. Al pastor, al rabadán y al zagal les correspondía cena caliente en casa del amo del rebaño y la merienda en el zurrón por la mañana: un mendrugo de pan y una tajada de queso o de tocino, rara vez un tallo de chorizo o un tasajo de jamón o de cecina. No podía faltar la colodra para beber agua en las fuentes del campo. El ajuste solía incluir también la manta y un cordero para la fiesta. El garrote se lo fabricaba él mismo con una guía del monte, debidamente domada con la hachuela y la navaja. A las niñas de las aldeas, a veces menores de doce años, las contrataban de niñeras o de multiuso las familias pudientes de los pueblos de alrededor y hasta allí eran trasladadas andando o a caballo por los padres de las criaturas. Todo esto ocurría en la amarga posguerra del odio y el hambre, del estraperlo, el racionamiento, los temibles delegados y el pan negro.
Y por San Miguel se apuran las fiestas en muchos pueblos, como éste de Las Rozas donde vivo. Son innumerables las iglesias en todo el mundo dedicadas al primero de los siete arcángeles, que manda las milicias celestiales, al que veneran, como un caso singular, las tres religiones monoteístas: judíos, moros y cristianos. El arcángel San Miguel, que aparece en el retablo de los templos con la espada refulgente en la mano, capitanea la batalla contra Lucifer y contra el mal y es el encargado de tocar la trompeta el día del juicio final. Es lo último que se oirá en la Tierra. Hay quien dice que ya se ha sentido en la Moncloa, pero nadie ha podido demostrarlo.
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