Opinión

El listón Pedro, el listón

Resulta que se han pasado casi ocho años haciendo chistes de leperos, de suegras y de cuñados y ahora se encuentran, de golpe, con nula capacidad de encaje e ínfimo sentido del humor convertidos en suegras o cuñados residentes en Lepe y claro ni eso estaba en el guión inicial, ni se contaba con los costosos peajes auto impuestos por un listón elevado en su momento a lo más alto para justificar el desalojo de un gobierno al que no sirvieron sus presupuestos del «175+1», esos que sin embargo hora, con dos ministros dimitidos y otros dos mantenidos con respiración asistida se supone que garantizan la legislatura hasta 2020 en cuanto se saque adelante su tuneado con tonos podemitas e independentistas. Lo de echar a Rajoy de la Moncloa era un anhelo que llevaba demasiado tiempo acabando en frustración, por eso el éxito de una operación de tamaña envergadura para cobrarse la mayor entre todas las piezas requería de todo un argumentario según el cual cualquiera que se saltase un semáforo rojo o tuviera un par de multas de tráfico pendientes de pago no pasaba el corte es decir, ningún nacido de madre y mucho menos quienes estaban en el legítimo gobierno. Se trataba de dar el golpe de gracia legal bajo el brillante rótulo de la regeneración y la bandera de lo inmaculado.

Y así se hizo, pero entre tanto «Aquarius», helicóptero Cougar y gafas oscuras nadie reparó antes de apagar la luz en que el listón se había quedado ahí arriba, también para medir claro está a una nueva hornada de castos y puros reparadores de la higiene democrática que supuestamente nada tendrían que temer. Ciento veinte días después el propio Sánchez y sobre todo cuatro nombres de aquel «flamante» gobierno «progresista y feminista» son víctimas de su propia escala de valores, incluidas las contradicciones y salidas de pata de banco que ahora se nos brindan en forma de acusaciones de cacería a una oposición tan legítima como aquella que escandalizada no bajaba las manos de la cabeza días antes de la moción de censura, por no hablar del hipócrita mantra que pretende extenderse a propósito de las trabas para abordar las «cosas importantes» por parte de los que solo hablan de escándalos. Curioso lamento viniendo de quienes convirtieron el parlamento de esta legislatura en un sonrojante reality show.

Nada como sentirse tocados por la cruda realidad y el golpeo del listón para protagonizar reacciones imprevisibles o tal vez no tanto, como esa de manual, vieja como la vida misma que pasa por «matar al mensajero». Tal vez este fin de semana la vicepresidenta Calvo y otros «profetas de la verdad» hayan caído en la cuenta de que la libertad de expresión es un derecho constitucional, cuya defensa ya regula el Código Penal tipificando claramente los delitos de injurias, odio y calumnias, esos de los que ya nos ocupamos en no incurrir una prensa responsable que nada tiene que ver con las «Fake News» ahora rescatadas como tinta de calamar. Ya existe regulación, no hay más que acudir a los tribunales que darán o quitarán la razón. El propio presidente con su amago de hace veinte días demostró que lo sabe.