Opinión
La revolución frustrada
Peter Weiss dice en Marat Sade: «Hemos inventado la revolución, pero no sabemos qué hacer con ella». Esa es, me parece, la perplejidad de los cabecillas de la insurrección catalana, huidos o en la cárcel, y del actual presidente en funciones de la Generalitat, Joaquim Torra, en el primer aniversario del referéndum ilegal del 1 de Octubre. Aquello fue un ejercicio clamoroso de engaño y de desobediencia institucional, que el Estado no supo afrontar debidamente, lo que se aprovechó para montar el mito, pregonar fuera el victimismo y alimentar un movimiento social de grandes dimensiones. Con las celebraciones oficiales de ayer, se pretendió fortalecer el mito frente al Estado, con la ayuda de los activistas radicales del CUP, los Comités de Defensa de la República, los movimientos estudiantiles y la complicidad de la Iglesia catalana, con el hisopo del agua bendita siempre en la mano para bendecir la agitación separatista. Lo que pasa es que los responsables políticos de la revuelta saben que todo es un fraude, que han jugado de farol, que han engañado al pueblo y que han fracasado. Los más sinceros lo reconocen abiertamente. Han inventado el «procés» y ahora no saben qué hacer con él. Josep Fontana, un intelectual complaciente y desilusionado, lo calificó antes de morir de «revolución frustrada».
El mito del 1 de Octubre, que ya campea en plazas que antes eran de España, se ve favorecido por la causa judicial abierta contra los principales responsables de esta aventura imposible. El grave y significativo hecho de que Torra apoye e incite a los del CDR a cortar comunicaciones y demás desafueros, después de haber sido llamado «traidor» por estos, indica la extrema debilidad y la incómoda situación del presidente de la Generalitat en funciones, que ve cómo el movimiento soberanista se resquebraja a ojos vista. Para mantenerse en la cuerda floja, sólo le queda incrementar las exigencias de todo orden al presidente Sánchez, al que las revueltas de ayer le dejan pocas razones para presumir del apaciguamiento y el éxito del diálogo. Aprovechando la debilidad del Gobierno y animado por el fervor de ayer, Puigdemont plantea un ultimátum. Exige sustanciales concesiones del Estado antes de Navidad y, si no, dejarán caer al Gobierno. La principal exigencia tiene que ver, según todos los indicios, con los presos y la marcha del proceso judicial. Habrá que estar atentos. Los soberanistas se agarran al lazo amarillo para no confesar su fracaso histórico.
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