Opinión

Vísperas del 12 de octubre

No seré el primero ni el último que recurre a las memorias de Churchill publicadas en 1959 (1), en busca de referencias históricas y toma de decisiones valientes. Bien sé que los tiempos son diferentes. Pero aquel joven teniente de caballería del 4º de Húsares formado en Sandhurst, condecorado por España en tiempos de la guerra de Cuba, sirviendo con su regimiento después en la India, acumuló con el tiempo tantas experiencias –incluidos fracasos– que su testimonio sigue siendo excepcional, a pesar de intentos modernos en cine y prensa sensacionalista de desmitificarle.

Escribirá Pedro J. Ramírez en el prólogo de la edición española de 2001, recién vivida la tragedia del 11 de Septiembre en EE UU, que Churchill «es el testimonio de la resistencia, recuperación e imparable avance de la voluntad humana al servicio de la democracia y la libertad, en el más grandioso escenario de destrucción gloria y tragedia que ha producido nunca nuestra civilización».

Me detendré en una frase suya referida a Italia. Con sumo detalle, refiere Churchill los acontecimientos de 1943 en los que el Gran Consejo Fascista por iniciativa de Dino Grandi encargó nuevo gobierno al Mariscal Badoglio, devolviendo al Rey Víctor Manuel el mando supremo de las Fuerzas Armadas e internando a Mussolini en la isla de Ponza. Analiza después como el Duce rehizo otro gobierno a orillas del lago Garda, con apoyo de Hitler. Refiere los consecuentes fusilamientos de 1944 «en plaza pública, de espaldas sentados en sillas» de los que votaron a favor de la proposición de Grandi, incluidos su yerno el Conde Ciano y el Mariscal De Bono, un héroe de la Primera Guerra Mundial de 78 años. Termina con la caída definitiva de Mussolini y la insultante exposición pública de su cuerpo y el de Clara Petacci colgados en una gasolinera de Milán. Tras la entrada final de los Aliados en Roma comenta: «Italia ha pasado de tener cuarenta millones de fascistas, a tener 40 millones de antifascistas. ¿Son 80 millones los italianos?».

La cuenta de independentistas en Cataluña se cifra en dos millones de personas, lo que en votos representa alrededor del 47% de su masa electoral. Todos nos preguntamos cómo ha crecido esta correlación especialmente al comprobar parte de su electorado el funcionamiento de un partido en el poder cuyo líder Jordi Pujol confesó libremente –y por calculado consejo de su defensa– el corrupto sistema con que había administrado Cataluña durante décadas y del que personalmente se había beneficiado. Dos reflexiones: o su procesamiento se ha llevado rematadamente lento y mal, o que los que, cambiando el nombre del partido y poniéndose de perfil también participaban, o quieren seguir participando del festín. Teresa Freixes refiere (2) que a las reuniones en la Generalitat que precedieron al 1 de Octubre asistieron no solo los líderes de Omnium Cultural y ANC, sino también Artur Mas y Jordi Pujol.

Incluso parecía que la tímida aplicación del artículo 155 de nuestra Constitución produciría un positivo efecto de eficacia administrativa, poniendo al día pagos a proveedores y dando cierta sensación de seguridad jurídica. Pero no. Las elecciones de diciembre 2017 no respondieron a estas expectativas, salvo el triunfo en votos de Ciudadanos, insuficientes no obstante para formar una coalición de gobierno.

En estas estamos, con incertidumbres, con pérdida de energías, con disputas e insultos en las cámaras legislativas, con preocupante lentitud en sedes judiciales, con retraimiento económico que alguien no quiere ver, con una Europa distraída, insolidaria y fofa a la que le crecen los extremos políticos, de la que se le va uno de sus mejores peones, en la que peligra la permanencia de sus más firmes líderes.

En vísperas de celebrar nuestra Fiesta Nacional, los que la hemos vivido con emoción en tierras extrañas, los que la hemos sentido sin el menor complejo junto a nuestros hermanos de América, palpamos hoy «dentro de casa» una enorme preocupación. Cainitas, preferimos hacer daño al que no piensa como nosotros, antes que edificar algo unidos. Borrell es sincero al inaugurar una conferencia internacional en Barcelona: «Para que el president venga a insultar a España, es mejor que no venga». A la vez Bélgica, que ha prostituido el carácter de reconocimiento mutuo y buena fe de la Euroorden, niega también la entrega de la etarra Jainone Jáuregui atrincherada en su refugio flamenco. Por supuesto mismos abogados que Puigdemont.

Pero por encima de todo, otros españoles sentiremos mañana el orgullo de serlo. Es cuestión –sin necesidad de revivir la tragedia de Italia– de revertir posicionamientos mediante acercamientos, de respetar opiniones sin insultar, de integrar esfuerzos, de evitar adoctrinamientos extremos. Buen día mañana para reflexionar con «seny» sobre ello. Ganaremos todos.

(1). La Esfera de los Libros. 2001.

(2). «Los días que estremecieron Cataluña». Ed. Doña Tecla. Pag.134.