Opinión
Ahora, Andalucía
Acabo de llegar de un rápido viaje a la ciudad a Jaén donde participé en una mesa redonda sobre Cesáreo Rodríguez Aguilera en la Fundación que lleva su nombre en el ámbito de esta joven Universidad que promueve la memoria de aquel jurista, nacido en la población jienense de Quesada, aunque desde 1946, residiera en Barcelona, donde falleció en 2006. Actuó como juez y magistrado, también en Palma, en el Tribunal Supremo (1983-86) y como senador (1986-89) del PSC, aunque nunca militó en el partido. Pero, además de esta vertiente profesional, Rodríguez Aguilera se convirtió en un crítico, estudioso y coleccionista de arte, reuniendo obras de Zabaleta, su paisano y maestro, de Ángeles Ortiz, de Cardona Torrandell, Tàpies, Guinovart, Subirachs, Aguilar Moré, Miró y Pablo Picasso vinieron a integrar, como parte de su legado esta Fundación que expone su obra y realiza congresos sobre su poesía, como la que acaba de clausurarse. Rodríguez Aguilera estuvo anclado en la sensibilidad artística y ética de su tiempo y, a la vez, fue puente de comunicación entre una Cataluña, abierta entonces a cualquier aire renovador, y España. Tal vez sus inicios, junto a E. d´Ors –otro olvidado– pudieran servir como ejemplo de comprensión en ambas direcciones. Cuando acabo de regresar a Barcelona, Susana Díaz ha anunciado las elecciones andaluzas. Una de sus razones fundamentales, al margen de la ruptura con Ciudadanos, al negarse a apoyar sus presupuestos, confesó era hacer sentir la voz propia de Andalucía y sus intereses, al margen de las controversias que oscurecen tanto el panorama político español. Quiere hacer oír el acento andaluz. Y no va a resultar fácil cuando la pesadilla del «procès» catalán se ha convertido en un aburrido y agrio problema.
En este panorama complejo, con una derecha dividida, tras la que asoma la patita, siguiendo la moda ya internacional, el neofascismo, ante una izquierda dubitativa y no menos dividida, van a llovernos sucesivas elecciones. Mi breve experiencia jienense, al margen de los olivares, que tanto impresionaron a Miguel Hernández, mi compañero y catedrático de León, José María Balcells me acercó hasta la casa donde vivió Miguel Hernández, cuando ejercía sus funciones de comisario en el Frente Sur. Tiene allí su placa, pero alguien me informó que la casa había sido renovada y solo restó el marco en piedra de la puerta de entrada. Como corresponde a su historia, otras puertas blasonadas reivindican el papel de Andalucía en el pasado. Un AVE me llevó cómodamente hasta Córdoba, pero las comunicaciones ferroviarias con Jaén son ya otra cosa y el regreso, vía Madrid, me llevó casi doce horas, con un largo intermedio en Atocha. En la escasa Andalucía que descubrí ahora queda mucho por hacer. Y ello pasa por los andaluces, que sigan siendo «altivos», como les definía Hernández, u orgullosos de su cultura, que viene refugiándose en Madrid o Barcelona, como hizo hace años Rodríguez Aguilera. Andalucía crece, pero tras decenios de gobiernos socialistas lo hace con exagerada lentitud y tampoco logró escapar de la escandalosa corrupción. El profesor Rafael Alarcón Sierra, formado en la universidad de Zaragoza, me obsequió con su libro, «Las crónicas de Oselito en Frente Sur, Frente Extremeño y Frente Rojo» (Guillermo Escolar, editor, Madrid, 2018), una edición crítica de textos de Andrés Martínez León. Desconocía – siempre es hora de aprender– la obra y la figura de Martínez de León, Oselito, recuperado con una introducción de 123 páginas inexcusables que nos permiten adentrarnos en el personaje y en las entrañas de aquella Andalucía de ayer.
Oselito, Andrés Martínez de León, un «sevillano fino», se sirve de un andaluz dialectal cuando escribe su «Génesis de Oselito»: «A mí me gusta sensillé, la humirdá, la alegría sana: Ser amigo de to er mundo, aunque les cueste trabajo creerlo a toreros, padres, apoderados, ganaderos y demás componentes de la fiesta de los toros a la que tanto quiero.// Tampoco he sío mui internasioná, lo confieso...». Pero lo fue sin duda, ya que contribuyó, en 1935, al descubrimiento de la URSS. Martínez de León, «Oselito», publicó el testimonio de su viaje en el periódico madrileño «La Voz» y finalmente reunió sus crónicas en forma de libro. El erudito estudio de Alarcón lo destaca «por su tono ligero, fresco, humorístico e inteligente/.../con su peculiar habla sevillana». Pero Martínez de León fue también un dibujante destacado. Como apunta en su estudio tal vez fuera, salvo alguna muestra catalana, el primer español que se sirvió de historietas que hoy entenderíamos como «comics». Compañero de Miguel Hernández, pasó por la cárcel tras la Guerra Civil y tras ella fue reconocido hasta su muerte en Madrid en 1978. Mucho más puede advertirse en este libro-estudio. Como telón de fondo, el humor y el dramatismo de una Andalucía compleja que utiliza los tópicos con humor, incluso el lenguaje dialectal. El encuentro con Jaén y los nuevos amigos no fue en balde. Andalucía se merece un constante redescubrimiento.
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