Opinión

La verdad

Quid est veritas? ¿qué es la verdad?, preguntó Poncio Pilato a Jesús hace unos dos mil años. Apasionante enfrentamiento entre la Verdad que anunciaba el Hijo de Dios hecho hombre –para los creyentes– y las verdades que aceptaba sin duda aquel gobernador romano de la inquieta provincia de Judea. Jesucristo traía una explicación integral de cómo debía ser el hombre y las relaciones con su Creador; es decir era, sin vacilación alguna, portador de una Verdad absoluta. Frente a él, Pilato seguramente creía en otras cosas, por ejemplo: que los judíos estaban más seguros formando parte del Imperio que guerreando contra sus vecinos; que tenían, gracias a los romanos, agua a través de los acueductos en lugar de tener que ir a buscarla a un pozo lejano; que estaban sometidos a leyes razonablemente justas y escritas, etc. La pregunta del prefecto enfrenta pues sus verdades relativas a la Verdad absoluta de Jesús. Y ya sabemos cómo acabo todo aquello.

Desde siempre ha habido elites –a veces se les denominó aristocracia– y pueblo llano, los gobernados. Incluso cuando el comunismo soñó con eliminar las clases sociales, lo que consiguió fue crear una nueva casta no solo con privilegios materiales sino con una impostada superioridad moral que les auto justificaba para cometer toda clase de excesos y crímenes en aras a esa utópica ideología igualitaria. La distancia real entre gobernantes como Stalin, o gobernados como el pueblo ruso, se hizo infinita. Y desde siempre también ha existido tensión entre elites y pueblo, entre gobernantes y gobernados. Ya existía la democracia y el liberalismo cuando Ortega y Gasset escribió sobre la rebelión de las masas. Y antes ya habían estallado muchas revoluciones que enfrentaron a los administrados con sus líderes. Así que no podemos decir que el desencanto que actualmente se detecta en todo el mundo –especialmente en España– con el sistema de gobernanza y los políticos que lo dirigen, sea algo nuevo. Usar la demagogia para agrandar o agravar las reclamaciones de los gobernados ha sido un recurso utilizado frecuentemente para tratar de cambiar el orden político. No es nada nuevo esto de Podemos; o lo de Cataluña. Lo que sí es novedoso es la escala de manipulación de la opinión pública que permite actualmente la tecnología que gira alrededor del internet.

Amplios sectores del pueblo norteamericano han llegado al convencimiento de que les ha ido mal con la globalización. Pero es que esta globalización u orden liberal mundial es precisamente obra de sus líderes, por lo que el desencanto con ella llevara –tarde o temprano– a un enfrentamiento entre dirigentes y esos sectores a los que le va peor. Y eso pese a un sincero sistema democrático y a una Constitución llena de equilibrios y controles. Aunque esta desilusión con la globalización pueda tener algún fundamento real, está siendo claramente manipulada desde fuera –por ejemplo Rusia– o internamente por populistas como el Sr. Trump con sus tweets y arengas en la América profunda. Demagogia interna con un chorro de mentiras y medias verdades diarias, simplificaciones de problemas complejos por medio de eslóganes en Twitter, amedrentamiento a propios y adversarios,... Todo esto y mucho más es posible hoy a través de los medios de comunicación de masas asociados al internet, en gran escala, y con unos resultados que no alcanzamos a controlar.

La reacción de la Prensa occidental ante la ofensiva de los nuevos medios electrónicos de comunicación de masas que se le venía encima y que le quitaba en gran medida su medio principal de financiación –la publicidad– fue la previsible. Como dijo Sun Tzu hace muchos años, si no puedes vencer a tu enemigo, alíate con él, así que la prensa escrita adopto –complementariamente– gran parte de los soportes electrónicos de los modernos medios de comunicación de masas tratando de sobrevivir. No todos los periódicos lo lograron. Pero el conflicto entre prensa escrita y medios de comunicación de masas no es entre la Verdad y las verdades; ambos bandos son portadores de verdades subjetivas. Sin embargo hay entre ellos una enorme diferencia: la posibilidad de manipulación es mucho mayor en los medios electrónicos donde nunca –o casi nunca– se sabe de quién es la mano que mece la cuna. Un periódico tiene un director y una línea editorial conocidos; están pues comprometidos con lo que publican. De lo que vemos en Facebook, leemos en Twitter o encontramos en Google y compañía, nadie responde. Por eso –permítanme una confidencia personal– llevo unos diez años publicando con un periódico –este que están leyendo ahora– que tiene una verdad menos manipulable de las que Uds. puedan encontrar en internet y que si defiende intereses propios, al menos se responsabiliza de lo que dice.

La Verdad solo la podremos encontrar con una fe que busque en lo trascendente del hombre. Pero deberíamos procurar que las verdades con las que nos alimentamos día a día estén escritas con una V lo suficientemente grande. Que nadie nos manipule, al menos en la medida en que la globalización está siendo atacada. Porque después de la globalización, lo que sigue, serán embestidas contra la democracia y detrás de esta solo queda el abismo del retroceso en la Historia. Ya ha pasado otras veces.