Opinión

La vida de otros

Hay dramas que por mucho que se muestren, se exhiban ante nuestros ojos durante días, nos expliquen su naturaleza y exploren con minuciosidad quirúrgica cada pequeño detalle, son imposibles de interiorizar, de saber cómo lo viven realmente sus víctimas. Siempre hay unos instantes que lo cambian todo y tatúan de por vida la piel de quien lo está viviendo. Jamás podremos saber qué piensan en ese momento, qué persona tienen en su cabeza, qué últimas palabras eligen pronunciar y a quién van destinadas. Si rezan, si prefieren mantener la mente alejada de toda plegaria, si lloran o si sus emociones sufren un bloqueo, si gritan o quedan en silencio, si les bastan los recuerdos o la memoria se queda agónica, si se aferran a la esperanza o se abandonan al destino. Los dramas de las vidas ajenas son eso, ajenos, se viven en otros cuerpos y en otras mentes a las que no tenemos acceso por mucha empatía y solidaridad que mostremos. No vale con imaginarlo. Ponerse en su lugar es inviable. Hay caminos que solo asumes y comprendes cuando los recorres en tus propios zapatos.

La riada en Mallorca nos ha dejado la historia de la farmacéutica Joana que pudo salvar a su hija Úrsula pero no a su hijo Artur, del matrimonio alemán que falleció en su coche, de la pareja británica que viajaba en un taxi, del taxista que los llevaba, del ciclista alemán que salvó a Úrsula... Conocemos su historia pero jamás podremos saber cómo la vivieron. No lo sabremos hasta que un día el drama cambie de titularidad y pase a ser nuestro.