Opinión
El régimen andaluz
El episodio suscitado por el desdichado comentario de la ex ministra García Tejerina comparando niños andaluces y niños de Castilla y León para subrayar las deficiencias educativas de la comunidad andaluza ha puesto de relieve algunas de las dificultades que va a afrontar el Partido Popular y, en realidad, cualquier partido de corte liberal, para alcanzar el Gobierno allí. Una de ellas le corresponde en exclusiva al PP y al estilo tecnócrata en el que se ha complacido estos años. No basta con ristras de datos para convencer al electorado y menos aún cuando se tratan asuntos sensibles como la educación.
Se dirá que del otro lado hay hiperinflación sentimental y mala fe en la manipulación de una información en última instancia correcta. Es cierto, pero el comentario de García Tejerina parecía pedir justamente eso. Con mucho menos habría bastado para inflamar la respuesta emocional y demagógica, rodada y puesta a punto en los casi 41 años que el PSOE lleva gobernando en Andalucía. Es una forma de hacer política que Susana Díaz ha llegado a encarnar a la perfección: personalista sin caudillismo, populista sin ruptura, identitaria sin nacionalismo (Andalucía, donde no se ha generado una corriente nacionalista, es la mejor demostración de que las causas del desarrollo del nacionalismo no están en las autonomías ni en la descentralización del Estado).
A cambio, lo que se ha construido allí suele ser equiparado con un régimen, es decir, a una fórmula política que entraña sus propias características e incluso sus propias instituciones que se habrían superpuesto, sin sustituirlas, a las establecidas por la Constitución y el Estatuto de Autonomía. La duración del mandato socialista, la magnitud de la corrupción revelada por escándalos como el de los ERES o la trama de intereses particulares conectada a las de la administración autonómica hasta el punto de hacerse indistinguibles entre ambos lo confirman.
Sin embargo, el régimen se ha construido al mismo tiempo que iba surgiendo una nueva sociedad local, cuyos intereses no se distinguen bien de los de los integrantes del primero. Además, el PSOE ha sabido articular esta Andalucía de nueva planta, con sus clases privilegiadas, sus clientelas y sus situaciones de dependencia, con un fondo tradicional que ha preservado y cultivado con mimo. En Andalucía, sociedad conservadora donde las haya, con una extraordinaria conciencia de sí misma, no valen rupturas. Y las novedades se aceptan, claro está, siempre que perpetúen ese fondo inalterable que constituye todo un universo de costumbres, inclinaciones y creencias, una concentración excepcional de historia, de cultura y de estética.
Recurrir a las cifras o prometer una vez más algo así como una revolución que haga de Andalucía la California europea no puede ser la única forma de abordar el asunto. En el mejor de los casos suscitará sonrisas. En el peor, desconfianza. Los datos confirman el atraso de la Comunidad, que llega casi a lo grotesco. Tras 40 años de socialismo, en el segundo trimestre de 2018, el desempleo era del 23,1% frente al 15,2% nacional. El PIB per cápita en 2017 fue de 18.470 € frente a los 28.156 € de media en el conjunto del país. Pues bien, no hay lugar en España, por no decir en el mundo, donde se viva mejor, afirmación que parecerá gratuita para todo aquel que no haya pasado unas semanas en cualquier lugar de la región. Ahí está el nudo que habrá que deshacer.
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