Opinión
Tiempos oscuros
Estamos viviendo en un mundo oscuro que nos llena de perplejidades y que, partidarios aún del progreso del siglo XIX, XX y XXI, nunca llegamos a imaginar. El hombre vivió su tiempo con incomodidades, llegó a admitir dar dos pasos adelante y otro hacia atrás, pero nos quedaba siempre la esperanza de un cambio a medio plazo. Aunque hayamos incorporado transformaciones tecnológicas, y advirtamos que ha disminuido la pobreza y crecido el bienestar para buena parte de una desagradecida población, nuestras referencias morales y sociales parecen desmoronarse. La historia de Jamal Kashoggi, en el consulado saudí en Estambul, escapa a cualquier fantasía de cine negro y responde a una sociedad en la que la mentira se califica de posverdad y los crímenes de aquella guerra fría de John Le Carré resultan cosa de niños. No cabe duda de que Arabia Saudí, gran detentadora de dólares y petróleo, se convirtió en una clave occidental de Oriente Medio. Su guerra contra Yemen significa poco, porque el petróleo sigue siendo madre de todas las batallas. También nos implica a los españoles de una esquina, tan fraternos de ciertos países árabes. Podemos y algunos aliados estarían dispuestos a cortar relaciones con el príncipe Mohamed bin Salman por razones éticas respetables y responsables. Tal vez hasta el PSOE, Ciudadanos y el PP podrían admitirlo por parecidas razones, si ello no perjudicara empleos en los astilleros gaditanos. No debe ser tan sencillo encontrar clientes que estén dispuestos a comprar corbetas Made in Spain. Y todo lo demás que estamos ofreciendo. España, tras los EE.UU. y Francia se ha convertido en proveedor de armamento saudí y aquella monarquía del Golfo, rica hasta la exasperación, vulneradora de todos los derechos humanos, posee buena parte de los fondos gubernamentales, junto a China, del otrora país de las libertades.
Al periodista Kashoggi, residente en los EE.UU., se le ocurrió casarse en mala hora y acudió al consulado a solicitar papeles, pero un nutrido grupo de delincuentes, entre los que se encontraba un médico forense, le esperaban en la embajada. La «inteligencia» turca estaba también al acecho. Parece que fue, según confiesan los turcos, torturado, le cortaron los dedos y fue despedazado, alegría, con acordes musicales. Kashoggi no deja de ser otro de los periodistas que desaparecen. Sus restos han sido descubiertos en el jardín del cónsul saudí, ya huido. Sin duda algunos secretos micrófonos turcos permitieron grabar esta situación. Tampoco Erdogan puede entenderse como angelito, pero la torpeza de los aficionados saudíes ha obligado, incluso, a pronunciarse a Trump y a lamentar lo sucedido por el gobierno de Sánchez. La señora Merkel, menos afectada por la venta de armamento, ha dado su do de pecho. Pero el hecho no deja de sorprender dado el lugar donde se produjo: una sede diplomática, antes siempre respetable. Los periodistas siguen siendo objetivo de cualquier régimen totalitario y la Arabia Saudí hubiera debido ser expulsada hace ya tiempo de las escasas naciones que defienden los derechos humanos, aunque posea envidiables recursos petrolíferos y suponga un contrapeso al malvado régimen iraní, enemigo de Israel, clave de todos los desaguisados de la zona, debilitado ya Egipto y anulado Irak. Tales contrapesos plantean al mundo democrático un problema moral tradicional. ¿Pueden la violencia, el crimen o las guerras justificarse por razones de estado?
Tal vez estos tiempos oscuros, que vienen de tan de lejos, sean los de la mentira o posverdad, los de Trump y el Brexit, los de un Brasil que tiende a la derecha más extrema, los emigrantes de América Central que buscan refugio formando su larga caravana hacia EE.UU. –con su estatua de la Libertad–, pero hoy cerrados a cal y canto, de los africanos desaparecidos en el Mediterráneo. La nueva tecnología permite que la mentira reiterada se convierta en una aceptable verdad. El imperio de las grandes fortunas y de los bancos constituye la ideología que nos conduce hacia ninguna parte. El orbe parece viajar, marcha atrás, hacia otros tiempos oscuros que habríamos deseado olvidar, pero desde puentes inclementes y mares azarosos, regresa a la xenofobia –que creímos olvidada–, a la explotación de los débiles. Lula, incomunicado en su celda, convertido en otro Mandela, cada mañana y noche puede escuchar los buenos días y las buenas noches de sus fieles al pie de su celda. Tal vez haya alguna esperanza. El caso Kashoggi es un ejemplo más de la oscuridad de nuestro tiempo, porque en él se conjugan violaciones que creíamos inviables: tortura y asesinato en sede diplomática. Nos hemos adentrado en tiempos oscuros donde los valores ya no son enseña, hacia otra oscura Edad Media. La noticia ocupa un instante de telediario, tiempo fugaz. Pasamos a otra cosa: el encuentro sin Messi ni Ronaldo que se avecina: títeres manejables, cerebros descerebrados. Nos queda aún un hilo de esperanza, pese a las vitriólicas e inútiles diatribas políticas en las sedes de nuestro Congreso.
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