Opinión
Higiene
Cada vez que en 2016 entrevistaba a partidarios del actual presidente encontraba un combinado de emoción y rabia. Algunos, bastantes, calificaban a Obama de, uh, «moreno». Su racismo más o menos atemperado, más o menos disimulado, convivía con ideas ciertamente sensatas. Sentían que vivían de prestado. Colgados de un tiempo que no era suyo. Despreciados por los listos de las dos Costas. Arrumbados como barcazas en la marejada global de un siglo XXI por completo ajeno. Los habitantes del Medio Oeste, los granjeros de las praderas unánimes, los evangelistas del Sur, los mineros del oxidado cinturón industrial, cogieron el voto como si fuera un pájaro con arritimias cardiacas y lo soltaron en las urnas con la intención de que operase un milagro. Que saliera de allí no para elegir a un político sino, más bien, con la misión de restaurar una utopía. Volver a la América de sus padres. Recuperar el cielo en cinemascope de los días de vino y rosas, la confianza en el futuro y el orgullo de haber derrotado a Hitler. En su ánimo centelleaban aquellas neveras rebosantes del Hollywood dorado, los coches fastuosos. Jubilados por sucios. Sustrato de los mejores poemas del rock and roll incipiente. Orgullo de un país que había cambiado la montura de John Wayne por el acero y el vidrio de las fábricas en Detroit y Chicago. Ni que decir tiene que Trump les prometió eso y más, y engatusó sus lacrimales: va en el sueldo y el mambo del tahúr populista anunciar prodigios.
Recuperar arcadias. Agitar truenos. Ordeñar las glándulas de la sobrevalorada y a la postre letal emoción. Estación cero de la política. Partera de la antipolítica. Alpiste de salvapatrias. Dos años más tarde leerán esta columna a punto de saber si la gestión del león posmoderno sufre su primera debacle. Los que no entienden nada, los que confunden a Obama como el siniestro ZP, los que celebran a Bolsonaro con tal de amargarle el día a los exegetas del gulag, deplorarán que se lo recuerde. Qué le voy a hacer. La libertad tolera mal los atajos. Desde luego resulta incompatible con las deyecciones de quienes anticipando el paraíso ningunean los delicados contrapesos que garantizan su supervivencia. El hartazgo explica pero no justifica el triunfo de los canallas. Trump debe ser censurado por las mismas razones que un tipo como Ander Gil. Por higiene democrática.
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