Opinión
Espiando al monje negro
El caso Villarejo, en su ramificación Cospedal, no tiene aparentemente nada que ver con las previsiones electorales en Andalucía... excepto que constituye un epítome de cómo se hicieron las cosas en el Partido Popular meridional durante el marianismo. La secretaria general quería conocer los movimientos en la penumbra de uno de sus antecesores más, justo eso, sombríos porque se maliciaba que utilizaba la (mucha) influencia que aún tenía en Rajoy para zascandilear en la organización andaluza y ponerla al servicio de Sáenz de Santamaría, su archienemiga. Nadie que haya conversado treinta segundos con Javier Arenas duda de su infinita capacidad para el enredo, como demostró por enésima vez en su propia sucesión al frente del PP regional cuando, entre un ramillete de cualificadísimos aspirantes, se sacó de la manga el nombre de Juan Manuel Moreno Bonilla.
Decir que los votantes tienen una mala opinión de Juanma Moreno es altamente injurioso; tampoco la tienen buena porque, casi cinco años después de su sorprendente nombramiento, el 90% de ellos no lo reconocería ni aunque se les sentase a almorzar en la mesa de su comedor. El candidato popular, criatura arenosa en el amplio sentido del término, se mantuvo en su cargo tras perder catorce puntos porcentuales y diecisiete escaños en sus primeras elecciones. Su único mérito era que, con el sostén de Soraya, cerraba el paso a la gente de Cospedal en Andalucía: Zoido en primer término, pero también otros peones valiosos como José Antonio Nieto o José Luis Sanz. La caída en su momento del valido de la vicepresidenta, que se ha entretenido durante el último trienio en desguazar focos de resistencia como el que había en Sevilla, habría dotado al PP de una mejor (o menos mala) cabeza de cartel en estos comicios.
A quinientos kilómetros de distancia, no manchan las salpicaduras de sangre de la riña entre las dos mujeres (ex) fuertes del Partido Popular y tal vez por eso ha mantenido Pablo Casado la candidatura de Moreno Bonilla, sin considerar cuan virulenta fue la campaña que hizo el aparato regional en su contra. Tampoco ha jugado el calendario a favor de la renovación, pues la premura de la convocatoria dejaba casi sin tiempo para un cambio, siquiera exprés. No ocurre lo mismo con algunos aspirantes a alcalde cuyo futuro en las urnas se antoja tan negro como el de nuestro experto en protocolo (¿?). A medio año de las municipales, hay margen para intentar recuperar algunas plazas importantes: bastaría con sustituir al voluntarioso novillero por un torero de verdad.
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