Opinión
Por una escuela con clásicos
Primer escenario: las recientes oposiciones para profesorado de primaria y secundaria dejaron un paisaje desolador de suspensos. Junto al contenido, los tribunales coincidieron en señalar una epidemia generalizada de faltas de ortografía y sintaxis que hacía ilegibles gran parte de los exámenes. La debacle ortográfica –lugar común de quejas docentes en varios niveles educativos– ha sido detectada con estupor incluso en la universidad. ¿Por qué esta generación escribe tan mal su propia lengua y presenta un bajón educativo que empieza a detectar ya la OCDE? Hay una causa profunda, de no difícil solución, y que, sin embargo, ha pasado inadvertida quizá intencionadamente.
Segundo escenario: el Congreso de los Diputados. En una memorable sesión, el 17 de octubre se votó por unanimidad de todos los grupos el retorno de la filosofía adonde debía haber estado siempre, como asignatura obligatoria en secundaria. Era increíble que en algún momento se llegara a plantear su erradicación, pero así mandaba la triste lógica materialista que había imperado en sucesivas reformas educativas, primando solo aquello que creían que reportaba beneficio económico inmediato. Se había ido difundiendo la especie de que a la secundaria le convenían materias como economía, «márketing» o tecnología, sin duda muy respetables para momentos posteriores pero que de ninguna manera sientan las bases de lo que debe aprender un adolescente para formarse.
El fondo de la cuestión es añejo, ¿qué es lo indispensable, lo que enseña a pensar a todos, en ciencias o letras? ¿Qué materias deben estar presentes en esa etapa crucial de la formación del individuo? ¿Qué han de aprender los jóvenes, ciudadanos del futuro? Hay que centrarse en lo que por excelencia forma al ciudadano occidental y democrático, desde su tradición irrenunciable a una modernidad no inhumana. Y ahí están las humanidades, la filosofía, sí, pero, sobre todo, su núcleo fundamental: el latín de la mano del griego. Su carácter propedéutico lo impregna todo en la historia de la educación: lengua, literatura, pensamiento. Y es que, en secundaria, no es tan importante dotar de conocimientos como regalar la capacidad de razonamiento, síntesis, análisis e interpretación que dan las lenguas clásicas. Ante la ideología dominante y espuria de la tecnología se alzan los saberes contrastados de que dotan estas materias eternas y humanísticas.
Nos las arrebataron primero en aras de una modernidad malentendida y ahora quedan solo restos en los institutos. Al ir por la filosofía, afortunadamente, se reaccionó a tiempo con el retorno de esta materia a la obligatoriedad, tras una intensa movilización de los colectivos en su defensa. Pero tras esa victoria de la filosofía, que nació en el mundo grecorromano, la deuda pendiente de la sociedad civil es la movilización por las clásicas pues, mucho antes de intentarlo con la filosofía nuestros «reformadores» arruinaron las lenguas clásicas en secundaria. De ahí nuestra actual decadencia educativa, en la forma y en el fondo. Se evidencia que, en la lengua, las clásicas no solo contribuyen al dominio total de la nuestra sino a la mejor adquisición del inglés y de las otras mayoritarias, cuyo vocabulario básico viene de ellas. En el pensamiento, se nos ha privado de la escuela básica de todo Occidente, de la gran literatura de Homero y Virgilio y del pensamiento de Platón, que ya desconocen nuestros jóvenes.
Toca primero rescatar el viejo latín. En el antiguo bachillerato era una materia obligatoria, al menos un año, para todos, en ciencias o letras, y, ¿saben?, esa generación aprendió no solo a discurrir sensatamente, sino a escribir muy bien, sin faltas de ortografía o redacción. Cualquiera que haya aprendido rudimentos de latín en secundaria jamás dudará entre poner o quitar una hache, elegir una b o una v. Por no hablar de leer y asimilar críticamente contenidos. Justamente estamos viendo los frutos de la generación a la que se ha privado de esa enseñanza clave. Lo saben la RAE y los expertos: la generación actual va cuesta abajo en lectoescritura y crítica.
De la ortografía a la filosofía. De la hermenéutica superior a la escritura que refleja un razonamiento claro. Los clásicos son el pensamiento lúcido de Occidente. Por suerte, nuestros vecinos avanzados lo entendieron a tiempo. Francia y Bélgica recuperan el latín obligatorio: enseña a ser ciudadanos, dicen. Cinco años obligatorios de latín para el liceo científico italiano. Eton, la secundaria de la élite británica, forma obligatoriamente en clásicas. Un «Latinum» prestigia el bachillerato alemán. ¿Y España? ¿Cuándo recuperará el latín como la filosofía? El 8 de septiembre, ante el Ministerio de Educación, padres, alumnos, profesores y asociaciones de humanidades (como la Sociedad Española de Estudios Clásicos) leyeron un manifiesto con un clamor unánime
–«¡Escuela con clásicos!»– que reivindicaba un lugar digno para las clásicas en secundaria. Para escribir y hablar bien, para pensar como buenos ciudadanos. Para eso y mucho más, necesitamos una escuela con latín y griego, hoy tristemente arrinconados.
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