Opinión

Sospechoso contrato social

Ni en sus sueños más delirantes sospechó Rousseau que se hablaría tanto del contrato social. Desde hace tiempo la progresía está obsesionada con el tema: pruebe usted a googlear «nuevo contrato social», y si no le aparecen cien mil referencias recientes no le aparecerán ninguna. Aseguran que si no hay contrato social nos precipitamos al abismo. La democracia misma está en peligro. ¿Cabe sospechar de todo esto? Sí, porque entre la humareda de la alarma, verá usted asomarse la explicación, que no es la necesidad de fortalecer los derechos y libertades de la sociedad, sino al Estado. Nunca se procura que el pueblo elija más libremente o que pague menos impuestos, sino al revés.

Warren Sánchez planteó hace unos meses «un nuevo contrato social para conseguir un país mejor», pero su idea era claramente dar más poder al Estado para «corregir las desigualdades», el nuevo mantra progresista. Gaspar Llamazares lo dijo aún más claro: el nuevo contrato social es urgente por «la pérdida de confianza en la legitimidad de los impuestos».

Siempre clamando dramáticamente por la democracia en peligro, el argumento políticamente correcto debe basarse en las cosas malas que nos han sucedido, que siempre pasan porque el Estado no ha crecido, e incluso se ha reducido. Es el cuento de la austeridad. Recurrió a él Joaquín Estefanía que, sí, también proclamó que «necesitamos un nuevo contrato social» por culpa de la «revolución conservadora, hegemónica desde la década de los años ochenta del siglo pasado [caída del comunismo, no se olvide] y que ha predicado las virtudes del individualismo y de que cada palo aguante su vela, olvidando los principios mínimos de solidaridad social».

Hablan seriamente como si el Estado hubiese sido desmantelado, lo que es un completo disparate. Podrían preguntar alguna vez a los contribuyentes. Pero no, porque se trata de crujirlos aún más. Por su bien. CC OO llegó a publicar hace unos años todo un libro titulado, naturalmente, «Por un nuevo contrato social». Allí, el sindicalista Pedro Badía llegó a la apoteosis hobbesiana: «Nos inunda la política del odio, otro logro del neoliberalismo». Hablando de sindicalistas, hace poco José María Álvarez Suárez, secretario general de UGT, escribió un artículo titulado, por supuesto que sí, «Nuevo contrato social para un nuevo tiempo». ¿Qué proponía? Lo ha adivinado usted: «Un sistema tributario que recaude más».