Opinión
Los menas
40 chicos jóvenes en un pueblo de la sierra de Madrid, donde apenas hay habitantes jubilados, ni lugares de recreo, encuentro o divertimento. ¿Es un premio o un castigo para los chicos? ¿Y para los vecinos? Los menas no cabían en el distrito de Hortaleza y no se ha encontrado más lugar que ese edificio que están habilitando en Somosierra, en principio destinado a personas con discapacidad, donde en un par de semanas no habrá más que nieve.
Los vecinos del pueblo –apenas 20 en cuanto el tiempo arrecia– están preocupados. Y a ver quién es el guapo que los culpa por eso. Mientras en las tertulias televisivas hay quien se llena la boca asegurando que esto es una cuestión de racismo, de clasismo o de cualquier otra cosa y les echan la culpa hasta de haber matado a Manolete, por sus pocas ganas de favorecer la integración, los habitantes del lugar, pocos y mayores, acostumbrados a la tranquilidad de conocerse todos se sienten aterrados ante la llegada de una partida de jovenzuelos desatados que les dobla el número y que, previsiblemente, no se quedaran satisfechos con sentarse al calor de la lumbre y no hacer nada más.
El sentido común deja más que claro que los chicos, por mucho que vayan allí a aprender un oficio y reciban hasta una paga de 120 euros, no estarán felices en un lugar donde su «integración» pasa por relacionarse entre ellos o con veinte personas mayores. Ni unos ni otros estarán contentos. Para ambos será un castigo. No funcionará. Y encima, los vecinos del pueblo se quedaran señalados y los menas estarán bajo una lupa que aumentará cualquier tipo de irregularidad propia de la juventud.
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