Opinión

La vía Vicens Vives

Los catalanes debemos ser protagonistas del proyecto común español, al igual que Cataluña es España, y lo es de una manera natural; España es también Cataluña en el sentido de que sin Cataluña no puede ser entendida. La reivindicación de esta mutua comprensión entre los españoles sobre las diferencias, debe enriquecernos y es una tarea que debemos asumir sin complejos. A menudo se ha planteado la responsabilidad de Cataluña en el Gobierno de España. Los catalanes no tenemos una responsabilidad mayor que los madrileños, andaluces o castellanos; pero tampoco menor o diferente. Es una realidad que a menudo la «diferencia» catalana ha sido asumida como una particularidad tanto desde Cataluña como desde el resto de España, y especialmente en eso que llamamos «Madrid» y que no se corresponde exactamente con una localización geográfica sino a un concepto capitalino que enerva a los catalanes; y hay que enfocar el futuro para que esta diferencia no sea vea vista como tal particularidad, sino como un elemento consustancial a la naturaleza plural de España.

Sólo de esta manera Cataluña se convertirá en realmente plural, asumiendo que su españolidad, a veces rechazada, forma parte consustancial de su identidad; y España descubrirá que lo que creía una diferencia es, en realidad, la imagen que le refleja el espejo. Cuando esta Cataluña plural en una España de todos sea una realidad el problema nacionalista se desinflará y surgirá el patriotismo. Los catalanes hemos asumido durante centurias, de forma muy mayoritaria y con naturalidad, lo que es una evidencia: que ser catalán no es algo opuesto a ser español, sino precisamente una de las maneras en que cada uno puede manifestar su condición de español y europeo. Desde hace unos años, estas evidencias son cuestionadas en Cataluña debido a la ingente labor del pujolismo.

Hemos olvidado, por circunstancias partidistas, que una comunidad necesita símbolos y sentimientos para mantenerse, recuerdos comunes, expresiones compartidas, referentes coincidentes, por lo que las relaciones familiares, de amistad, de negocios, que estructuran desde abajo en nuestro país no tienen un suficiente reflejo simbólico, por una extraña una mezcla de racionalismo y de pereza hemos descuidado alimentar nuestro imaginario colectivo. Esta ausencia de cuidado por los elementos sentimentales comunes es especialmente peligrosa cuando desde una parte del todo se realiza durante décadas una tarea de reconstrucción nacional que tiene como referente no ya en el conjunto del Estado sino a una parte del mismo, tal como de forma expresa y evidente sucede en Cataluña. El resultado es la desafección que pretende basarse en graves razones económicas y políticas, pero que en el fondo es únicamente una pulsión identitaria y sentimental. Para ello debemos construir un discurso que no tenga miedo en decir que los catalanes queremos ser partícipes de España de forma sincera. Y este discurso debe hacerse desde el catalanismo, la vía Vicens Vives. El catalanismo como ideal de mejorar y engrandecer España.