Opinión

Un ministro «indigno»

Mayo de 2005. Josep Borrell firma un artículo en «El Periódico», «Lázaro Sánchez». El título lo dice todo. Al tercer día Sánchez resucitó y hasta vivimos para verlo convertido en Sánchez cuántico. Prodigio a unas Ray-Ban grapado que dice o hace dos cosas al mismo tiempo y es pero no es el que fue entonces. Borrell elogia su resiliencia y explica los motivos del patrocinio: «Yo le he apoyado porque coincido más con él sobre tres cuestiones fundamentales: el modelo de partido, la política de alianzas y el modelo de Estado». Bien. Modelo de partido. Donde un diputado escupe al ministro de Asuntos Exteriores y el gobierno por boca de Sánchez responde culpando al PP que todo lo crispa mientras el PSOE, por jeta de Lastra, que aquí nadie vio nada. Política de alianzas. Con Podemos. Cuyo secretario general, antes de reunirse en la cárcel con uno de los arquitectos del intento de golpe de Estado, aseguró que «Felipe González tiene el pasado manchado de cal viva». Cuya diputada Marta Sibina Camps escribe en un tuit inolvidable que «En las teles del Régimen los fascistas que levantan el brazo son “ciudadanos que protestan”. Ahora parece que en el Congreso tampoco se puede llamar fascistas a los fascistas. Entre Borrell y Gabriel Rufián, lo tengo claro». Por supuesto con la propia ERC.

A la que acaba de sacrificar a Edmundo Bal, prestigioso abogado del Estado y látigo de corruptos en el juicio a la Gürtel. Pero Bal, ay, era partidario de acusar por rebelión, y como escribió anteayer en «El País» Carlos E. Cué, Sánchez «jugó fuerte con todo, incluida la abogacía del Estado, para intentar salvarlos [los presupuestos]». Al final, y sigo con el artículo de Cué, no pudo ser. Y den gracias, que el precio consistía «en intentar darle la vuelta al juicio del procés, algo que el Ejecutivo siempre vio inviable jurídica y políticamente». No inmoral por ciscarse en la separación de poderes y/o dar oxígeno a unos golpistas. El problema es que era imposible. Y que no sale a cuenta. Entiendo que los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Que la vanidad herida de Borrell propiciara que apoyara al candidato Sánchez. Pero no que condecorado de esputos consienta que un Rufián lo llame «indigno» y que los suyos lo desamparen en aras de preservar a Sánchez cual Kennedy minion en Moncloa.