Opinión
Vox, sí, ¿qué pasa?
Cuando surge un fenómeno paranormal siempre nos preguntamos por un raro Poltergeist que nos lleve a la habitación acre de la niña de «El exorcista». Es mejor explicar los fantasmas anteponiéndoles otros peores. Los responsables son entelequias desconocidas. El día que Arriola, de infausto recuerdo y peor memoria, llamó friquis a los de Podemos, en aquellos momentos que copaban todas las fotos y las pataletas, dio carta de naturaleza a aquel movimiento ultraizquierdista y antisistema. Los de Pablo Iglesias abogan por el derecho a la autodeterminación y los de Abascal por suprimir las autonomías. Ninguna de las dos propuestas están previstas en la esencia misma de la actual Constitución. Los grupos independentistas llegan más allá y negocian con el gobierno de turno, ahora el PSOE, mientras esparcen estiércol sobre los que viven más allá de sus fronteras, como si fuéramos inmigrantes llegados en pateras, los que quiere contener Vox por otras verjas que no son las del Ebro. Si tuviera que votar no elegiría a ninguna de estas opciones. Lo que desde el inframundo, donde al parecer habita mi mente, no entiendo es por qué unos son chicos guays a los que hay que respetar aunque algunos de sus cimientos distan del paradigma de eso que llaman democracia liberal y Vox es todo motivo de chanza y disparate. El recién nacido tiene muchos padres, aunque ninguno quiere hacerse las pruebas de ADN. Las bravuconadas de Puigdemont, por ejemplo, y la ridícula respuesta del Estado, con sus correspondientes presidentes del Gobierno, de Rajoy, que alimentó a Ciudadanos, a Sánchez; el imperio de lo políticamente correcto progresista de tanta altura moral que el que no pase por el aro convierte en cavernícola; la radicalidad de la izquierda y el buenismo de la derecha. Hasta a Aznar se le podría incluir entre los sospechosos de parir un ratón que habrá que ver en qué se transforma. Vox es también, y a su pesar, el peor enemigo de lo que defiende. Sus legítimos votos ayudarán, con la incógnita de en qué medida, a que el régimen andaluz no tenga recambio. No sé a que viene tanta pedagogía para que los partidos anticonstitucionales entren en el redil y tanto esputo a la protesta de Vox, que, como en su momento Podemos, ni ha gobernado ni aspira a hacerlo, con lo que puede prometer y promete sin fin. Para la izquierda es fácil. Cuánto más dura, más gasolina para el otro extremo. La derecha realista, sin embargo, tiene complicado cuajarse en un casillero. A Casado le queda decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad sin los volantazos de Rivera. Y que los electores le crean.
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