Opinión
«Político del poder»
Dice Albert Boadella que Pedro Sánchez no distingue el bien del mal ni la verdad de la mentira. Muy grave acusación. Puede que exagere un poco el gran comediógrafo y cómico catalán. A mí me parece que al actual presidente del Gobierno se le puede aplicar con propiedad y sin ninguna exageración el calificativo de Max Weber de «político del poder». Este tiende a buscar la «apariencia brillante del poder». O sea, sin saber o sin importarle para qué sirve eso. Sólo pretende disfrutar del boato del poder: honores, viajes oficiales, sensación de dominio y todas las demás ventajas. Lo que se conoce como «erótica del poder». Actúa sin sentido alguno, sin responsabilidad, sin más objetivo aparente que permanecer en él. Es lo más parecido a un actor de la política. Procura llamar la atención. Se cree el centro del universo. Más que crear, representa. Su vida se convierte en una constante representación vacía de contenido. Si tiene que cambiar de opinión y desdecirse, lo hace sin inmutarse. Se acomoda a la dirección del viento. «Su falta de responsabilidad –dice Weber– le lleva a gozar del poder por el poder, sin tener en cuenta su finalidad».
Dicho esto, me parece que la única salida que le queda a Sánchez para sobrevivir políticamente, después de la experiencia andaluza y del rumbo de los vientos en Cataluña, es cambiar de socios y de política. Y es capaz de hacerlo. Su errática trayectoria y su deseo de estar en el poder hace que un cambio radical de conducta, antes de convocar elecciones, no sea del todo inverosímil. Sobre todo si le obligan a guardarse los presupuestos en el cajón y los soberanistas catalanes, sus socios aún, convierten, a medida que se acerca el gran proceso, la situación en insostenible. Las trazas no son buenas. Ronda incluso la violencia. El fracaso de la vía del diálogo y de la mano tendida serviría para justificar un cambio radical de conducta en la cuestión catalana. Rompería abruptamente con Podemos y regresaría de lleno a la vía constitucional. Si fuera preciso, volvería a aplicar, pero con mayor dureza, el artículo 155 de la Constitución. Pedro Sánchez se presentaría así ante el electorado como un patriota cargado de razón, defensor de la unidad de España. «Lo intenté a buenas, pero no ha sido posible», diría. Sería un golpe de efecto con probable rédito electoral abundante, que le salvaría de la quema. Tratándose de un «político del poder», no conviene descartar éste o cualquier otro movimiento sanchista insospechado.
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