Opinión

En las alas de la fantasía

No se puede vivir siempre en las alas de la fantasía y el primer aviso de que los cuerpos son pesados y las realidades, duras, lo han dado las elecciones andaluzas, con la abstención del electorado de izquierda y el avance de la derecha, incluida una inequívoca manifestación del hartazgo de una parte de la opinión pública. El segundo aviso ha venido de Cataluña, donde casi todo esto se ha originado. Lo han dado los nacionalistas que teatralizan ahora, con violencia y amenazas, su desengaño ante el escaso entusiasmo del Gobierno central con la independencia de un territorio de España.

El experimento de Pedro Sánchez está agotándose, antes de lo que se había esperado. Estaba condenado por su irrealidad y su anacronismo, propio de quien se cree por delante de su tiempo. El intento de encontrar una vía pactada con el nacionalismo, que es loable en sí, duró treinta años y acabó en el asalto nacionalista a la España constitucional. Aun así, Rajoy y Sáenz de Santamaría se empeñaron en resucitarlo, con los resultados que todos sabemos, en su intento de insuflar nueva vida al bipartidismo. Parece que nadie había leído a Azaña, que dejó escritas las lecciones deducidas de su confianza en los nacionalistas catalanes.

Si de algo ha de servir todo este asunto no es para volver a ensayar otra vez la vía del pacto. (Tan insoportable es ya el nacionalismo catalán como el tono chulesco del vasco.) Lo que habrá que empezar a reconstruir será una nueva mayoría constitucional que a largo plazo permita las reformas necesarias, en la Constitución y en la economía y la sociedad española. Es la única salida de la actual crisis y ningún partido que no se encamine a eso tendrá éxito. Lo primero que hay que aprender es una lección dura para el progresismo español: no se puede gobernar España contra la mitad de los compatriotas. Incluso los tuyos te acaban abandonando. (¿Para qué creerá Sánchez que le han colocado en la Moncloa?)