Opinión
¿Y después del 21-D?
Lo de esas horas que no dejaron pegar ojo al Estado de Derecho, desde la noche del jueves con la llegada de Sánchez a Barcelona, hasta el mediodía del viernes cuando más de uno y más de dos miembros del Gobierno dejaban de desfibrilar, va a acarrear una lenta y pesada digestión de atracón pre navideño. Algunas cartas se pusieron con toda su desnudez sobre la mesa, cartas que únicamente habían asomado en los prolegómenos de aquel comité federal también «1-O» que despidió a Sánchez de Ferraz practicando el vuelo sin motor –entiéndase previo puntapié– o tras conocerse hace meses que la moción de censura contra Rajoy saldría adelante.
Los «20 y 21-D» han puesto de manifiesto varias cosas. De entrada que dos personajes que se detestan en lo político y en lo personal han descubierto, por si cabía alguna duda, que se necesitan –y subrayo el carácter vital de esta mutua dependencia en el presidente del Gobierno– porque difícilmente puede entenderse que en el flirteo reiniciado puedan sentirse concernidos, ni más de la mitad de la sociedad catalana, ni el resto de españoles entre los que incluyo a unos «barones» autonómicos y unos «califas» municipales del PSOE, hoy más que nunca al borde del ataque de nervios.
Pero volvamos a la pregunta del titular de este artículo que tiene mucho que ver con la manera con que el actual jefe de Gobierno y sus «gurús» demoscópicos han decidido interpretar la reacción a los comicios andaluces. Entre el achique de aguas por el romance con el independentismo y entregarse definitivamente en brazos de este, a cambio de disponer de nueve mil millones para gastar gracias al apoyo a la senda de déficit propuesta por el Gobierno, se ha optado por lo segundo. Sánchez parece dar por amortizado el roto catalán en términos de castigo electoral y se muestra dispuesto a explorar la vía del reparto de dádivas que le permitirá el disparo del gasto público. Alguien de su entorno llego a apuntarme el viernes que Sánchez ha sabido transformar el problema del consejo de ministros de Barcelona en una oportunidad para alargar, si acaso meses o un año, su estancia en la Moncloa. No había respuesta sin embargo a mi apostilla sobre qué pasa, no ya con el país, sino con su propio partido.
En ese ¿después del viernes qué? Se cuelan inevitablemente otras tres variantes. La primera, la inmediatez del «proceso al procés» que volverá a poner a prueba los filamentos del Estado y hasta retratará el respeto a la división de poderes. La segunda, la reacción del PSOE en plena precampaña electoral a municipales y autonómicas. El presidente aragonés Lambán no ha dudado en acusar a Sánchez de pusilánime ante el independentismo. Se le sumarán más según se acerque el examen de mayo. Y la tercera, un clamor por el «155», que se irá multiplicando si nadie en el seno del secesionismo –que no lo parece– pone freno al arrojar más madera, cosa complicada con el macrojuicio del «procés» a punto de arrancar. Y mientras tanto Sánchez a lo suyo, como aquel que acercando a la bestia la mano del temeroso niño, le dice: «Tranquilo, acaricia al indepe, que no hace nada».
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