Opinión
2018
El año que muere fue el segundo de asalto insurreccional al Estado. Un pulso comandado por unas élites felonas, orondas de 3%, que mantienen bajo su hechizo a dos millones de fieles. Pasear por Barcelona estos días equivalía a moverse por una realidad Mátrix. Un mundo paralelo en el que las falanges de la xenofobia políticamente constituida conviven con las trattorias más exquisitas y donde el mismo jubilado que compra golosinas de marisco para las cenas de Navidad aparcaba el carrito para dar vivas a una república virtual e insultar a la policía. El sueño de la opulencia produce monstruos, y el más obsceno tal vez sea ese ciudadano.
Alguien bien alimentado y mejor tratado por las instituciones de una democracia plena que a media mañana va y abandona su caña con pincho de solomillo para jugar a creerse T.E. Lawrence, aka Lawrence de Arabia, por las calles del Raval. El año que muere fue también el de una moción de censura que nos dejó al albur de unos señores acusados por el Tribunal Supremo de los delitos de rebelión y malversación de caudales públicos. Lo peor, con todo, fue el empeño del actual Gobierno por exigir que la abogacía del Estado optara finalmente por la sedición. Verán qué bien si Junqueras y el resto son condenados por rebelión y toca acudir a Estrasburgo para explicar y defender un tipo delictivo que rechazaste durante el proceso. No por nada. O sea, apenas por mantenerse un día más en Moncloa y lograr la aprobación de unos presupuestos que no llegarán.
El 2018 fue el año del ascenso de un Pablo Casado que haría bien en guardarse de la seducción de la frontera: por abundantes que sean las razones para explicar el auge del populismo conservador, de la traición en Cataluña a las sandeces proferidas en las guerras culturales, su partido no puede permitirse el capricho de transigir con quienes se proclaman antieuropeos y, para colmo, esencialistas. Bastante tenemos con la izquierda reaccionaria y el pleonasmo de unos nacionalistas xenófobos. Que piense en Pedro Sánchez, cuya ambición amenaza con triturar la marca PSOE. Lo de Andalucía fue el anticipo de una debacle inexorable que deja a la izquierda en manos de farsantes. El 2018, al fin, fue el año en que un presidente por accidente jugó a tensar la cuerda hasta noquear el constitucionalismo. Pobres de nosotros si aguanta otro curso.
✕
Accede a tu cuenta para comentar