Opinión
Shoah
Bienvenidos al carnaval de los obscenos. Cuando algunos populistas aciertan a diagnosticar la demagogia de algunas leyes imperfectas y el resto, por llevar la contraria y sobre todo y especialmente por cobarde y arrastrado y mediocre niega lo obvio. O cuando el Tribunal Supremo, en quiebro imponente, arguye que toda violencia de un hombre contra una mujer es por definición machista y que violencia machista es y será toda violencia del hombre contra la mujer. Fabuloso, ¿verdad? Pues no lo será tanto si hasta el juez y columnista Miguel Pasquau Liaño, que se cuenta entre los defensores de la Ley Integral de Violencia de Género, ha escrito en CTXT que tiene sentido plantearse la reforma dado que «la sentencia da la razón a quienes sostienen que la ley da un trato desigual a actos semejantes de violencia por la sola razón del sexo del agresor y de la víctima». Por otro lado inevitable: no otro delirio reclama el derecho penal de autor. Poco después no menos de cien asociaciones feministas –¿cuántas hay, cientos, miles?– anunciaban movilizaciones para evitar la ofensiva machista y, ay, comparaban a quien niegue la hipótesis de la violencia machista con los negacionistas del Holocausto.
Escribí de esto ayer pero no me repongo. Repito, o sea, que negar la violencia de género es exactamente lo mismo que negar el Holocausto. Bueno, está el detalle de que la «violencia de género» es una proposición, una descripción si quieren, mientras que la Shoah fue un suceso histórico muy concreto. Un genocidio con seis millones de muertos. Equiparar «violencia de género» y Shoah revela, por otro lado, los prejuicios xenófobos de la izquierda reaccionaria. Xenófoba y antisemita. Al cabo parece urgente que en los planes de estudio sean obligatorias las 10 horas del documental de Claude Lanzmann. Aquella película terrible, nada que ver con la pulcra obra de Spielberg, que arranca a las puertas de Chelmno, donde asesinaron a cientos de miles de personas. Sólo dos sobrevivieron, Michaël Podchlebnik y Simon Srebnik. «No se puede contar», comenta Srebnik al regresar a lo que fue Chelmno. «Esto siempre era tan tranquilo. Siempre. Incluso cuando quemaban a 2.000 personas al día, judíos, era igualmente tranquilo». Detrás de su voz escucharán pájaros. Si afinan el oído quizá también a quienes entre el analfabetismo más frívolo y la cruda indecencia vienen hoy a blanquear el monstruo. Vergüenza.
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