Opinión
¡Tasis!
Una de las tantas cosas que me llamó la atención llegado a Madrid es que en la capital castiza no se decía «taxi» sino «tasis», lo que dio lugar a un sinfín de situaciones humorísticas. Al fin un andaluz podía reírse de un madrileño por su forma de hablar, cuando lo habitual, y no me importa nada, es lo contrario. Venga, mójese. Tome partido. No se mienta. Izquierdita cobarde. Derechita blanda. Ay, Rivera, ni que hubieras ido a Afganistán, como héroe no encaja en el «casting». En la guerra del tasis casi todo bicho político se esconde como conejo al olor del mastín. Toque de corneta.
Hay asuntos que no conviene abordar por más que lo dicten la pseudo modernidad y un en apariencia sentido común. Una de ellas es el tasis. No es que sean víctimas de la globalización y de los avances tecnológicos, la cuarta revolución industrial que se discute en el foro de Davos, que también, es que les están tomando el pelo. Seamos tan liberales como podamos, avancemos, yo el primero, por la senda ultraliberal, pero antes de aceptar VTC como animal de compañía hay que tener en cuenta que los taxistas lo son porque una administración les dio una licencia que cuesta un cojón de pato y obliga a una bajada de bandera y unos impuestos para bien de Carmena, la abuelita que más que comunista es cínica. Cuídese Errejón que en cualquier momento le hace un arsénico por compasión. Y que un ministro del Gobierno de España, tan campechano y simpático que se los metió en el bolsillo, con pinta de taxista si me permite el gremio hacer un retrato robot aproximado, el señor Ábalos, los engañó con una carrera fraudulenta y alguien se dejó engañar.
Entonces, ¿quién tiene la culpa para colocar su cabeza en una pica? Robert de Niro se miraba en el espejo y repetía en su paranoia «¿Me estás mirando a mí?». Sí, le estoy mirando a usted, señor ministro. Ha dejado el trabajo por hacer. El marrón para otros. «A la mierda», diría si no fuera porque las heces ahora son curativas, elucubran los científicos. Pues ya que la caca es buena, señores de Fomento, váyanse allí donde Fernán Gómez, y no tiren de la cadena antes de solucionar los problemas. Es fácil lavarse las manos, aunque todo acaba ensuciándose incluso a veces a la par que se limpia. El futuro es de toda esa panoplia del big data. Y con tantos datos, ¿no se dan cuenta del malestar que provocan? Salvemos pues al taxi que será una manera de oponernos nosotros mismos a la barbarie. Díganme reaccionario, populista, antiguo. Bueno, digan lo que piensen, que es muy sano en estos momentos de plutocracia hipócrita. Un placer.
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