Opinión
Taxis de hoy y mañana
Aunque los madrileños decimos «tasi», se dice taxi al transporte de alquiler en automóvil en memoria de la familia Thurn y Taxis, que detentó el monopolio de los correos en Europa desde el siglo XV al XIX (en los territorios españoles hasta el XVIII). Maximiliano I les hizo la concesión para el Imperio Sacro Germánico y su nieto, nuestro Carlos V, les otorgó título de Carteros Mayores de Castilla y el Reino. Los postillones llegaban a caballo o en carruaje y tocaban la corneta cuando llegaban a las postas de las poblaciones, de ahí que muchas empresas de correos sigan usando ese instrumento como símbolo, y los colores amarillo y negro de su escudo pasaron a muchos vehículos urbanos, en Barcelona o Nueva York, por ejemplo.
Poco podían imaginarse los príncipes de Thurn und Taxis –que llegaron a emplear a 20.000 personas y treparon de comerciantes a nobles– que el futuro transporte urbano fuese el robot. Primero desapareció el caballo, después el carruaje y ahora lo hará el conductor. Aseguran los expertos que, en diez años, veremos los coches autónomos circulando por las calles en busca de clientes. La batalla de estos días entre VTC y taxis tiene, pues, las patas cortas en términos de empleo para conductores. Apenas unos años. En realidad, lo que se disputa es la porción de mercado de flotas.
En torno a las huelgas de estos días (y al margen de los incalificables excesos) se enuncian dos posturas. La de los partidarios del libremercado y la competencia y la de los taxistas, que prefieren el mercado regulado (no es una mafia, como se ha dicho, ni un monopolio, porque hay exámenes libres para entrar). Probablemente los taxistas son los epígonos de una época en que los obreros defendían la calidad de sus puestos de trabajo con uñas y dientes, pero no puedo ocultar mis simpatías.
No se me oculta que los grandes propietarios de VTC enarbolan banderas de libertad para pagar sueldos avariciosos en condiciones penosas de trabajo. ¿Que hay propietarios de numerosos taxis también? Sí, pero con mejores contratos para los conductores. Sigo siendo una de esas viajeras bobas que se entusiasman con el relato de una familia que a final de mes pueda hacer algo más que comer y dormir con su dinero.
La batalla del taxista es pan para hoy y hambre para mañana, una guerra perdida de antemano, el canto final del cisne. Los VTC buscan hacerse con los mercados para manejar los precios –que luego subirán a su antojo, no les quepa duda– y, finalmente, dirigirán las flotas de coches autónomos. No sé qué harán entonces los trabajadores, pero eso será otra era.
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