Opinión

Política de fragmentación

A España siempre le encantó la fragmentación. El territorio se dividió ya durante los reinos de taifa en los inicios del siglo XI y hasta llegó al minimalismo durante la I República en el cantón de Murcia o Cartagena en 1873-74. Tal vez, conocedor del paño, el todopoderoso vencedor de nuestra incivil guerra fusionó falangistas de diverso signo hasta con los siempre disidentes carlistas. Elegimos con la Transición un razonable sistema de partidos que últimamente tienden, como si les hubiera entrado un fuerte explosivo en su seno, a la fragmentación y multiplicación. Y ello ocurre a derecha e izquierda del espectro. Cada quien quiere constituir su partido, adentrarse en un destino particular. Ya, con la ironía que le caracterizó, decía Salvador Espriu que somos los mejores. Y ahora pretendemos diferenciarnos, singulares, porque nuestras ideas conformen un áurea sobre nuestras santas cabezas. Entendemos que Ciudadanos crezca y hasta se multiplique, porque quienes decían venir de una heterodoxa socialdemócrata, se apoyan ahora en Vox, que podría observarse como fracción disidente de un PP que logró mantener la unidad, aunque no exenta de quiebros, hasta hace poco. Procura Casado convocar al centro, disimulando derechización, a unos y a otros. Afirmaciones como el PP es el PP lo dejan muy claro. Pero los retornos al hogar tiene costes. Y el instante político que estamos atravesando con excesiva displicencia conduce a una política emocional antes que racional.

Podemos observar a un Presidente de los EE.UU. tratando de describir los enormes beneficios que reportaría a la nación la construcción de un muro. Ello alejaría la migración mexicana que, según su parecer, se ha convertido en fuente de desgracias y degradaciones. Y con la otra mano procura debilitar el comercio con China, una potencia que lentamente se infiltra en Occidente y, según los economistas, pasará a liderar en pocos años la producción más renovadora y su comercio. Tal vez el alunizaje en la cara oculta se convierta no sólo un experimento, sino también signo. Pero, regresando a la observación del panorama político español, no es tan sólo la derecha la que trata de reunir fuerzas ante la dispersión. El retorno del aznarato, pese a los entusiasmos de algunos, nos retrotrae a historias de tribunales y amistades peligrosas que desearíamos olvidar. Los retornos contienen añoranzas y viejas historias mal finalizadas. Tampoco la alianza del PSOE con Podemos parece discurrir por el mejor de los senderos. Podemos jugó la carta de una plataforma en la que todas las fuerzas de la nueva izquierda pudieran sentirse representadas. Pero de aquellos fundadores ya sólo resta una cabeza. La reciente égida de Iñigo Errejón a la plataforma de la alcaldesa de Madrid ha desatado las iras de Pablo Iglesias. Su primera patada fue rechazar el proyecto legislativo de su socio, que trataba de poner un parche (poco más puede hacerse por ahora) al tema de la vivienda.

Es probable que Izquierda Unida –o lo que reste de ella- también desee manejarse sola. Y las disidencias en el ámbito del empequeñecido PSOE se ponen de manifiesto, hasta en algunos barones, en público. A Pedro Sánchez se le considera superviviente y gobernante que pone por delante la audacia, que tampoco es tanta, aunque pese a haber presentado los nuevos presupuestos para resistir hasta 2020, nada resulta claro. Al guirigay de sus primeros meses le sucedió un remanso que ha durado, maniobra de un elemental maquiavélico político que se desgasta en apagar los incendios más próximos, aunque le broten a diario nuevos focos. Según dicen, el principal factor de la pérdida del poder socialista, pese a ganar las elecciones en Andalucía, fue la actitud pactista del gobierno. Casado ya pidió un 155 permanente en Cataluña. Y hay irresponsables que tratan incluso de implicar al ejército. Pero también el fragmentarismo ha alcanzado a los independentistas catalanes. Ya no se trata de quienes están en un dorado exilio europeo y otros en cárceles, aunque catalanas. Las ideas de Puigdemont sobre cómo superar el trance nada tienen que ver con las de Esquerra Republicana. A la vista está. Y es este país quien declaró por dos minutos la independencia (¡caros dos minutos!) donde se libra la más sensible y lacrimógena de las batallas. En Cataluña ya no se gobierna, se hacen planes para ello en un futuro incógnito. Barcelona dispone de una alcaldesa peculiar en diversos sentidos, que juega, cuando le conviene, en el ámbito autonómico y ha logrado entenderse hasta con la alcaldesa de Madrid. Tiene mérito, aunque la ciudad está hecha unos zorros. En el País Vasco las espadas están en alto, aunque tras la paz etarra parecen haberse inclinado por permanentes rencores con toques de prudencia. Susana Díaz quiere reconquistar el poder, los de Vox emprender una Reconquista desde el Sur, los socialistas ganar votos y el PP, fugados, devolverlos a la casa madre. Hemos retornado, sin idearios consistentes, en taifas territoriales y políticos cuya referencia fue el califato.