Opinión
Recuerdo de Venezuela
Los sucesos de Caracas con el alzamiento del pueblo y las fuerzas democráticas contra el régimen chavista de Nicolás Maduro me ha traído a la memoria, con gran viveza, una visita que hice a Venezuela con Durán Lleida, el dirigente político catalán de filiación democristiana, desterrado ahora inicuamente de la vida pública. Debió de ser en 1990 o 1991. Gobernaba, en su segundo mandato, el socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, conocido por CAP, amigo de Felipe González. Nos recibió en el palacio de Miraflores, donde mostró mucho interés en enseñarnos en la fachada las señales de los disparos del reciente «caracazo», la revuelta que costó docenas de muertos. Ya apuntaba maneras Hugo Chávez.
Aparecían indicios inquietantes del final de un sistema democrático, el más parecido en Iberoamérica al modelo europeo, en el que dos grandes fuerzas, Democracia Cristiana y Socialdemocracia, se turnaban en el ejercicio del poder. La corrupción minó el régimen. CAP cayó condenado por «malversación de fondos públicos y fraude a la nación» y moriría en el destierro norteamericano. Algo parecido le pasó al socialista Craxi en Italia, y también en España la corrupción del PSOE hundió a González, colega de ambos, que ahora insta a Pedro Sánchez en vano a reconocer a Guaidó.
En aquella visita me llamó la atención el fuerte contraste entre las suntuosas mansiones de los barrios ricos de la capital y las miles de lucecitas en los cerros, correspondientes a los «corralitos» de la pobre gente. Rafael Caldera, el líder democristiano, nos recibió en su casa. De los árboles del cuidado jardín colgaban jaulas con loros, cotorras y papagayos de vivos colores. Uno de los loros, bien amaestrado, gritaba a todo el que pasaba: «¡Caldera, presidente!» Yo le manifesté a Caldera mi primera impresión sobre el desequilibrio social, en tiempos boyantes del petróleo, que saltaba a la vista. Y el viejo zorro me dio la razón paseando por el jardín entre el bullicio de los pajarracos. «Una amplia clase media –me dijo– es la base de una democracia estable y en Venezuela no hay clase media». Unos años después volvería él al palacio de Miraflores.
Con ánimo de evitar la explosión social y frenar a los militares decidió de entrada indultar al golpista Hugo Chávez, que estaba preso. Lo que hizo fue cultivar el huevo de la serpiente con las dramáticas consecuencias conocidas. De aquella visita recuerdo también la animación de las calles de Caracas, con hermosas mujeres, que lucían ya celulares o teléfonos móviles, la habilidad de los carteristas del centro y el canto de las simpáticas ranitas de la piscina del hotel.
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