Opinión
La semilla de España
Catalanismo. Para unos, una evocación nostálgica de los tiempos sensatos y constructivos. Para otros, la raíz de todos los males que han venido después. Palabra talismán en Cataluña durante años, pasó a ser después una resonancia desusada y antipática. Unos han enterrado al catalanismo ya hace tiempo. Otros piensan que es la gran esperanza para sacarnos de esta pesadilla sin fin que es el «Procés» y de la lógica del empate infinito. Precisamente el martes se presentó en Barcelona un libro con este nombre: «Catalanisme. 80 mirades» (Ed Libros).
Se trata de una aproximación caleidoscópica al fenómeno. Más de ochenta autores, de las procedencias ideológicas más diversas (desde ex diputados comunistas hasta exdiputados del PP), reflexionan sobre la vigencia, los límites y las posibilidades de este campo de juego político. En su mayoría, las voces tienen un tono de esperanza y piensan que el catalanismo –entendido como un doble compromiso con la personalidad de Cataluña y el progreso de España– puede ser semilla para la resolución del bloqueo que vivimos.
Si al lector le pincha la curiosidad sobre lo que pienso, podrá leer también mi aportación en el libro. Ahora me interesa más detenerme en una idea que subrayó en la presentación el periodista Antoni Puigverd, que recordó una metáfora utilizada por el poeta Joan Maragall: «El grano contiene la espiga. Si Catalunya se perdiera, pero quedase l’Empordán, Catalunya se reharía», porque en esas bellísimas tierras se encuentra concentrado «el principio activo de la catalanidad» (Per l’Empordà, 19.XII.1909). En ese mismo texto, el poeta romántico sugería que esa misma analogía servía para entender la relación entre Cataluña y el conjunto de España: por eso Maragall concluía que «llamarse catalanes es llamarse españoles de una forma más viva, más eficaz y más llena de esperanza». Preciosas palabras de uno de los orfebres del renacimiento cultural catalán, que intuye a Cataluña como semilla germinal de la realidad española. Si un día Cataluña abandonara el proyecto común español, podríamos hablar de otra cosa, podríamos empezar otra andadura, pero ya no podríamos hablar ni referirnos a España. Por eso el separatismo es un fenómeno desconcertante. ¿Hay algo de auto-odio en él? ¿Esa España contra la que se revuelcan no es precisamente la España que se construyó también desde Cataluña? ¿No fue la España del 78 el triunfo institucional de los ideales del catalanismo histórico?
Desde hace años, la emoción y la propaganda han velado la mirada de muchos catalanes, incapaces de reconocerse en España. Pero la fase esperpéntica del «Procés» en que nos encontramos empieza a facilitar un cambio. Nos corresponde a todos animar este redescubrimiento. Cataluña necesita el imperio de la ley. Pero los catalanes necesitamos sobre todo que se nos invite claramente a ser de nuevo coautores y coprotagonistas de ese horizonte de futuro, de esa novela extraordinaria que se llama España.
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