Opinión

Níveas estampitas presidenciales

Nadie va a negar que el presidente del Gobierno es un varón con «buena planta», bastante más agraciado que la media del resto de nuestros políticos en lo relativo a la imagen y la fotogenia. Sin embargo, todo tiene sus límites y alguno que otro entre su guardia pretoriana entregada a la venta de envoltorios sin nada dentro puede que lleve demasiado tiempo equivocándose, es más, hasta puede que sabiéndolo no rectifique, sencillamente porque el interfecto debe de estar encantado de haberse conocido.

Las imágenes bridadas por la Secretaría de Estado de Comunicación a todo aquél que tuviera ojos para mirarlas y tiempo de informativos para emitirlas, con Sánchez paseando entre las nieves de Davos de espaldas al objetivo y teléfono en mano dialogando con Juan Guaidó demostraron una vez más que, por encima del nivel de la contundencia española y su grado de compromiso frente al régimen del sátrapa venezolano Maduro, lo que prevalecía era esa estampa nívea en la que solo faltaba junto a su regazo el perro San Bernardo con tonel de coñac al cuello y saltarinas ardillas de montaña.

Toda una escena de «video clip» de baladas años setenta. Pero lo anecdótico de la secuencia que a alguien habrá servido para sacar pecho de fino estilista del marketing este fin de semana es que no oculta ni por asomo una realidad tan palmaria como que el Gobierno que hoy tenemos los españoles se muestra cada día más incapacitado para marcar el rumbo en las grandes cuestiones políticas de primer orden. Da igual que, por cuarta vez en cuarenta años de democracia, se le tumbe al Ejecutivo un decreto –el de alquiler de viviendas– en el estreno del año parlamentario por obra y gracia de sus «socios preferentes» o que se permanezca al albur de las «tarifas» marcadas desde Waterloo para conseguir el apoyo secesionista a los presupuestos del dispendio preelectoral o que ya no seamos la obligada referencia europea frente a los asuntos relacionadas con América Latina.

La crisis en Venezuela con una clara mayoría de la comunidad internacional en favor del reconocimiento a la presidencia interina de Guaidó ha demostrado, entre otras cosas, que el peso en materia de política exterior del gobierno con el presidente paradójicamente más viajero de nuestra historia es muy inferior al de cualquier tiempo anterior y que el lastre, cuando no chantaje, del socio probolivariano a un raquítico grupo parlamentario de 84 escaños hace casi inviable la existencia de una política exterior libre de ataduras como las que en su tiempo tuvieron González, Aznar o el propio Zapatero.

Insistían en Onda Cero con Alsina los ex presidentes González y Aznar en que España siempre ha sido ese referente que marcaba el camino y al que el resto de socios europeos miraban en lo relativo a los grandes asuntos latinoamericanos y se lamentaban de que ahora con la crisis venezolana, otros protagonistas se acabarían adelantando. Razones de peso en boca de los «jarrones chinos», aunque el mundo paralelo de Sánchez siga girando a su ritmo particular. Esta semana igualmente viajera, probablemente le contemplemos otro fotogénico paseo junto al presidente mexicano López Obrador que tal vez –sería interesante– le diga lo que realmente opina del régimen venezolano.