Opinión
Okupas con kara
Esto de que venga uno y se instale en tu casa, tu sillón, tu cama, es bien molesto. Y caro. Porque tienes que seguir pagando los gastos corrientes mientras se resuelve el pleito. A un señor de Barcelona, que padeció el hecho mientras estaba de vacaciones en Sagaró, el juez lo mandó cautelarmente a su casa de la playa, en la que hubo de permanecer hasta la resolución del pleito, mientras los okupas disfrutaban de su hogar.
Una oyente joven, soltera, contó en Cope que se había mudado a casa de sus padres para recuperarse de un cáncer y, cuando quiso regresar al piso, se encontró una corona navideña colgada en la puerta. Acudió a abrir una señora que dijo vivir allí. La policía se encogió de hombros y recomendó los tribunales. Llevaba años padeciendo. Al final del juicio, la mayoría de los propietarios se encuentra la casa destrozada.
La mejor historia –es un decir– me la ha contado un amigo de Cádiz. Los okupas llegaron a un inmueble completo, en solicitud de rehabilitación, con un camión que traía ocho bicicletas de montaña (esta gente es muy ecologista), tres tresillos, 50 cajas de mudanza y tres tendederos plegables. Los 10 inquilinos no se repartieron los seis pisos, no, se metieron todos en el mismo ¡para poder «cobrar» la ocupación del resto a otros! Las escaleras y puertas fueron alfombradas con el manual del okupa, que explica que, una vez instalado en un inmueble, nadie puede echarte de él sin orden judicial.
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