Opinión
Terapia colectiva en la Francia del malestar
Lo que para el presidente galo configura una hoja de ruta para dar carpetazo a la crisis del malestar social que vive el país, para muchos analistas es más bien un experimento político arriesgado en la antesala de unos comicios en los que la Unión Europea se juega su futuro. "Es de admirar la voluntad y el riesgo del presidente por esta iniciativa arriesgada", dice a LA RAZON Alicia Fernández, profesora conferenciante española de la Universidad París 8, que sin embargo expresa su escepticismo respecto a que el debate ponga solución a las reivindicaciones que se escuchan en las calles de Francia desde hace tres meses. Sin embargo, lo que sí que ha jugado en favor del Gobierno es la división entre los chalecos amarillos sobre su participación o no en la vida política, tanto en el propio gran debate impulsado por Macron como configurando una lista propia de cara a las elecciones europeas. “La división se ha instalado entre aquellos que quieren transformar la cólera en expresión política y aquellos que no”, dice Fernández.
Si Macron con su experimento pretendía visibilizar las diferencias dentro del movimiento, al menos esto sí lo está consiguiendo. Los sectores más moderados del movimiento que han venido reuniéndose con diferentes ministros del Ejecutivo optan por la participación y aprovechar esta vitrina para impulsar sus reivindicaciones. Los más radicales, en cambio, critican colaborar en el invento del presidente. “Me parece que es una estrategia más de comunicación de Macron. Lo peor de todo es que dice que quiere hacer debates para reforzar la democracia y sólo acude a ellos para mantener su mismo discurso. Es inútil porque no escucha, no intenta comprender los argumentos que le dan los ciudadanos, sólo vende su programa”, dice a LA RAZON uno de los líderes de los chalecos amarillos, Benjamin Cauchy, nueva figura mediática de la Francia amarilla que estuvo en su pasado vinculada a la extrema derecha.
¿Ante el final de la crisis amarilla?
Alejadas de las posturas más radicales está la de los chalecos que quieren canalizar su descontento presentando una lista a las elecciones europeas, motivo que ha creado serias diferencias dentro del movimiento, sobre todo con los que hasta ahora han pretendido preservar el movimiento como apolítico y sin filiación. Difícil equilibrio para los chalecos, que han dado un paso adelante creando La unión amarilla. Su portavoz, Frédéric Ibáñez, intenta a su paso por las televisiones la difícil conjugación de vaciar de contenido político una iniciativa netamente política. “¿Pero sois un partido o no?”, le espeta el locutor de turno en cada entrevista. Ibáñez responde: “Somos una lista de 40 personas que vienen de todos los lugares de Francia y que pertenecen a realidades muy eclécticas. Queremos mantenernos apolíticos. Llevar como programa único las principales reivindicaciones que aparecen en las movilizaciones de cada sábado en cuanto al poder adquisitivo del ciudadano y la justicia fiscal y social, y como es nuestro primer paso pedimos un poco de indulgencia en este arranque”. Indulgencia que podría tener los días contados si los sondeos confirman que en caso de presentarse una lista amarilla, sería la ultraderecha de Marine Le Pen el partido más perjudicado con una pérdida de entre cuatro y cinco puntos. La extrema izquierda de Mélenchon sería el otro gran perjudicado. Por tanto en El Elíseo miran con bastante simpatía el coraje político amarillo. Nada es inocente, y las filias y fobias van por barrios, y a veces, por momentos. ¿Y si a Macron le saliese bien la jugada?
Mientras, algunos diputados de la mayoría parlamentaria siguen lanzando guiños para apaciguar al movimiento. “Va a ser imposible no considerar finalmente la demanda de reestablecer el impuesto a las grandes fortunas”, decía esta semana la diputada de La República en Marcha Olivia Grégoire, poniendo en entredicho una de las líneas rojas que Macron estableció cuando presentó su experimento político: se debatiría de todo pero sin marcha atrás en las reformas ya acometidas en su quinquenio, ni en los grandes consensos sociales como la pena de muerte, el aborto o el matrimonio igualitario.
Pero lo cierto es que los puntos de encuentro entre el Ejecutivo y algunos sectores de los chalecos han ido multiplicándose. Las posiciones férreas, tanto en los movilizados como en la mayoría parlamentaria, ya no lo son tanto. El matiz va ocupando espacio y los episodios de violencia del pasado mes de diciembre se ven ahora lejanos en el tiempo. Incluso la ministra de Justicia se dice favorable a que los reclusos celebren sus debates ciudadanos en prisión. El debate avanza en Francia como una gran terapia colectiva pero sin ninguna garantía de catarsis. Con muchas más sombras que certezas y con la única convicción de que la Francia amarilla ha hecho tambalear por momentos los cimientos de la Quinta República. O como poco, la ha mandado al diván.
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